CONGREGACIÓN SÉPTIMO MILENIO

Y EL AUTOR?

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Los episodios tan tremendos como los de la Iglesia de Charleston, en Carolina del Sur, son conmovedores y altamente emotivos.
Nos alarma que nueve personas hayan sido asesinadas sin ninguna clase de piedad y en cumplimiento de una llamada guerra racial.
Las primeras reacciones son de condena, repulsa, compasión por los familiares y preocupación por la posibilidad de que vuelva a repetirse el drama.
Pero también muchas personas se sienten invadidas por un sentimiento un tanto diferente, pero estrechamente relacionado con la tragedia.
Y ese sentimiento no es otra cosa que el estupor. Por qué nos sorprendemos? Que es lo que llama tanto la atención, que incluso llega a desplazar la imagen de las muertes, hacia su autor?
Y entonces repetimos frases que se tornan comunes a fuerza de ser escuchadas en circunstancias parecidas. Nadie acredita que ese chico tan simpático y respetuoso hubiera sido capaz de matar.
Ese chico o ese vecino la vecina de nuestro piso de arriba. Siempre o casi siempre tenemos una referencia cercana.
Planteada así la situación podríamos reflexionar sobre un aspecto diferente: Si era tan cercano a nosotros, al punto de saludarlo todas las veces que lo encontrábamos, por qué no advertimos nada en él que nos llamara la atención?
O será que simplemente saludamos por cumplir con las normas de educación? O será que nuestra máxima aproximación a una persona, es darle los buenos días?
La importancia que le concedemos a nuestra propia vida, nos hace olvidar que a nuestro alrededor también viven personas, que pueden estar necesitando de nosotros.
Pero eso nunca lo sabremos si solamente nos dedicamos a nuestra valiosa existencia, a la ponderación de nuestros afanes y de nuestros anhelos.
Si en algún momento nos hubiéramos acercado a un vecino, sabríamos que tiene problemas con sus padres o con sus hermanos o en el colegio.
Si hubiéramos hablado con alguna vecina, sabríamos que tiene graves problemas con su esposo e incluso que teme por su vida y la de sus hijos.
Cuántas cosas sabríamos, no por meternos en la vida de los demás, sino obrando con la Misericordia que reclamamos todos los días a nuestro Padre.
No estamos haciendo la apología de ese mal que llamamos cotilleo, chisme…Estamos hablando de la preocupación auténtica por el prójimo.
Estamos hablando del cumplimiento de la Gran Comisión. Estamos hablando del cumplimiento del mandato que nos dejó Jesús, de llevar el Mensaje de Salvación hasta los confines de la tierra.
Pero, si no lo podemos llevar hasta tierras lejanas, por qué no lo llevamos a quienes están a nuestro alrededor?
Tal vez entonces no tengamos que preocuparnos por el autor de una masacre, porque tal vez podríamos haber evitado que algo terrible ocurriera.

 

Diego Acosta

www.septimomilenio.com

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