En estos tiempos en lo que todo se resuelve en el momento, donde las prisas son determinantes en nuestras decisiones o reacciones, estamos perdiendo el rumbo de lo verdadero.
Estamos siendo llevados a una forma de vida donde la inmediatez supera toda forma de prudencia, donde lo que debe resolverse necesariamente en el futuro, nosotros pretendemos que sea ahora, ni siquiera mañana.
Estamos caminando por el peligroso sendero de que nada debe esperar y que todo debe resolverse en el momento, aún a pesar de los inconvenientes que este tipo de comportamientos puede generar.
No damos lugar a la pausa y a la reflexión, a saber que cuando buscamos lo inmediato nos estamos perdiendo lo mejor, porque los frutos de las prisas nunca pueden ser buenos.
La naturaleza nos enseña que hay un tiempo para todo: para sembrar, para regar, para esperar y para cosechar. Cuando alteramos este ritmo lo más probable es que nos quedemos sin nada que recoger.
Recuperemos la enseñanza que nos obliga a esperar el verdadero tiempo de Dios, que no necesariamente tiene que coincidir con el de nuestros afanes y de nuestras búsquedas presurosas. El tiempo de Dios es el tiempo perfecto!
Levítico 26:4
Diego Acosta García