HUERTA

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Para quienes hemos vivido siempre en ciudades, experimentar con una huerta, aunque sea en un balcón es algo realmente precioso.

Tal vez sea una forma de ver como día a día, aquella semilla que plantamos con un cierto temor y con mucha incertidumbre, comienza a crecer.

Cuidamos de manera especial la forma de regar, para no inundarla o para no secarla, para que el agua que reciba la plantita sea la necesaria.

Un día advertimos que aquel pequeño arbusto tiene flores y que de esas flores, surge el milagro: Pequeñas fresas que con el calor del sol, comienzan a madurar y pasan del verde al rojo…

Entonces con gran expectativa nos comemos la primera fresa de la plata que cuidamos desde que era una pequeña semilla.

Esta es la alegría que produce la huerta!

Si trasladamos la experiencia a nuestra vida personal, podríamos simbolizar la semilla de fresa con nuestro crecimiento espiritual.

Día tras día, aprendiendo y recibiendo el Agua de Vida hasta que comenzamos a transformarnos en hombres y mujeres prontos a dar frutos.

Exactamente lo que nos manda la Palabra!

Que demos frutos para que sean la evidencia de nuestra FE!

Confieso que los momentos que le dediqué a aquella semilla de fresa, fueron de gran alegría y también de gran responsabilidad.

Puedo imaginarme fácilmente, que hubiera ocurrido si de la semilla no hubieran surgidos aquellas fresas rojas y apetitosas.

Por la misma razón me puedo imaginar como el Señor puede entristecerse con quienes no damos frutos. Con los que hablamos mucho pero no hacemos nada, para poner en evidencia la fe que se nos supone guardamos en el corazón.

Santiago 3:17

 Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía.

Diego Acosta / Neide Ferreira

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