Las alturas relevantes de la Creación tienen un poderoso atractivo para quienes se atreven a desafiarlas. Desde las menos destacadas hasta las más prominentes, todas son holladas para ser conquistadas.
Pareciera que con el intento de llegar hasta las máximas alturas, el hombre buscara superar su natural dimensión de pequeñez y fragilidad frente a las obras del Omnipotente.
No nos conformamos con ser joyas únicas e incomparables, sino que buscamos proyectar nuestra supuesta capacidad y fortaleza hacia cumbres que se encuentran a menor o a mayor altura.
Los menos dotados se alegran al superar pequeñas cotas y los más experimentados alcanzan las grandes cumbres a las que pomposamente llamamos los techos del mundo.
Los que ascienden y los que asistimos a los ascensos, generamos la impresión de que estamos animados por el deseo de dominar aquello que el Eterno ha creado.
Tal vez por eso sea que los que dejaron sus vidas en los intentos, permanecen casi olvidados en el ideario colectivo y los grandes triunfadores, apenas si tienen un efímero reinado.
La inmensa mayoría de quienes no nos atrevemos a subir ni a una modesta elevación, nos vemos reflejados en los éxitos ajenos y pretendemos librarnos de los fracasos de los que pagaron con la existencia su osadía.
Mejor nos resultaría a los hombres aceptar nuestra condición de joyas únicas y reconocer que nadie tendrá más importancia y grandeza por desafiar las grandes alturas de la Creacion, porque apenas será un logro humano.
Diego Acosta
Música: Neide Ferreira