Cumpliendo las profecías bíblicas en el transcurso de la llamada Guerra de los Seis Días de 1.967 se registró un hecho de una especial relevancia desde la perspectiva espiritual.
Junto con las informaciones que anunciaban el inminente desencadenamiento de las hostilidades, llegaban también los datos estadísticos sobre adversarios.
Una sola cifra es quizás la más elocuente de todas: Israel contaba con poco más de 20 Kilómetros cuadrados de territorio frente a los más de 100 millones de Egipto, Siria y Jordania.
Los enemigos del Estado judío habían manifestado sus intenciones. El jefe del estado egipcio, Gamal Abdel Nasser declaró: Nuestro objetivo fundamental será la destrucción de Israel. El Presidente Aref de Irak también dio su opinión: Nuestra meta es clara, borrar del mapa a Israel.
Cuando se iniciaron las hostilidades el 5 de Junio de 1967, los comentaristas afirmaban que solo un “milagro” podría evitar el aplastamiento definitivo del Estado de Israel. Y el milagro se produjo: nuevamente Dios había salvado a su Pueblo.
El 7 de Junio, en el tercer día de la guerra que estaba tomando un rumbo claramente favorable a las fuerzas hebreas, los dirigentes de Israel decidieron reconquistar Jerusalén.
La ciudad que a lo largo de alrededor de 4 mil años de historia había sido asediada y ocupada, destruida y reconstruida en varias oportunidades por los cananeos, jebuseos, judíos, babilonios, asirios, persas, romanos, bizantinos, árabes, cruzados, mamelucos, otomanos y británicos, volvía a a estar bajo autoridad hebrea.
Se convertía en la capital de Israel y se ponía término a la división que estuvo vigente desde 1948 hasta el final de la guerra del 67, la Guerra de los Seis Días, convirtiéndose en un acontecimiento de primera magnitud histórica para los hombres y bíblica para los creyentes.
Recordar los 45 años de la unificación de Jerusalén debe ser una forma de ratificación del compromiso con el Pueblo elegido por Dios para que sea bendición para todas las naciones de la tierra.
Jerusalén será de singular relevancia durante los tiempos finales y también en lo que será el Reino mesiánico. Por esta razón tenemos la certeza que estamos llegando al inicio del Séptimo Milenio.
Diego Acosta García