Luego de bastante tiempo de pensarlo una y otra vez, se me ocurrió poner en práctica una sencilla experiencia. Leer un texto de Jesús y otro de alguien que comentara lo que el Hijo del Hombre hubiera dicho.
La sorpresa fue menor de lo que se podía esperar, porque tal y como lo imaginaba, a partir de mi propia experiencia, los hombres siempre somos más ostentosos que el propio Jesús.
ÉL siendo Dios, siempre habló con extrema sencillez, sin caer en las frases grandilocuentes ni tampoco en los grandes adjetivos.
Muchas veces me he preguntado, por qué esto es así?
Y la respuesta es tan elemental como evidente.
La tendencia natural de los hombres es magnificar el propio conocimiento y exhibirlo delante de los demás.
Así es como buscamos ser admirados, reconocidos, exaltados por el nivel de conocimiento, por la altura de comprensión de los Textos y también admirados por el alto sentido de la exposición los temas.
En estos pensamientos, me reconozco. En realidad, todos los hombres obramos de la misma manera, solo que algunos tienen más posibilidades que otros de exhibirse y de hacerse notar.
Cuando leo lo que Jesús nos dejó como testimonio de su Ministerio Terrenal, siempre me lleno de un profundo sentido de la vergüenza y también de arrepentimiento.
Es bueno que seamos capaces de entender que ningún gran pensador, por sabio que sea, podrá igualar en profundidad y autoridad lo que dijo el Autor de la FE.
Pero sí podemos tratar de hacer algo que ÉL hizo: Ser humildes y mansos…
No caer en la suprema vanidad de expresarnos mejor que ÉL. Es una torpe forma de manifestar nuestra humana condición.
Proverbios 16:22
Manantial de vida es el entendimiento al que lo posee;
Mas la erudición de los necios es necedad.
Diego Acosta / Neide Ferreira