Hay quienes consideran a la lengua como un enemigo de las demás personas por el daño que se puede hacer cuando hablamos de más, diciendo cosas que deberíamos callar.
Pero es importante comprender que la lengua es también nuestra enemiga, porque de su descontrol surge lo que tenemos en nuestro corazón como nos enseñó Jesús.
Una lengua descontrolada revela que la persona también está descontrolada, que carece del dominio propio del que nos habla la Palabra de Dios.
Cuántas veces hemos cometido graves errores por no tener control de nuestra lengua, simplemente por no quedarnos callados o lo que es peor, por hacernos notar y no pasar desapercibidos.
La lengua es un instrumento de nuestro cuerpo que utilizada con sabiduría puede ser de gran bendición porque expresa nuestras palabras de intercesión hacia otras personas.
Pero puede ser de maldición cuando expresamos aquello que está guardado en nuestro corazón y no es bueno ni para nosotros ni para quienes puedan escuchar lo que tendríamos que callar.
Estamos avisados a controlar nuestra lengua. Estamos advertidos de los riesgos que corremos cuando no somos capaces de controlarla y ponerla al servicio de las cosas superiores.
Controlar nuestra lengua al final de todo, no es otra cosa que controlar nuestros pensamientos, de ponerlos bajo la Autoridad de Jesús y de no permitir que las argucias del enemigo nos dominen.
Job 20:12
Diego Acosta García