Pocas cosas impactan tanto, como entrar de golpe en un tiempo de absoluto silencio. Nuestros oídos quedan sorprendidos y naturalmente nosotros más todavía.
Alguna vez leímos que a veces el silencio es aturdidor…y seguramente debe ser así. Esta es la situación absolutamente opuesta a la forma en que vivimos.
El ruido domina por completo nuestro sistema nervioso y nos hace perder objetividad sobre qué es bueno o es malo con relación a lo que podemos llegar a soportar.
Vivimos en una especie de escalada hacia niveles más altos de ruido y esto con toda seguridad no es bueno ni para nuestro cuerpo ni para nuestra vida interior.
Por qué? Lo relacionado con el cuerpo es demasiado evidente y lo relacionado con nuestro interior, podríamos decir que el exceso de ruido, el aturdimiento nos aleja del Señor.
En qué sentido? A mayor volumen de ruido es más difícil que podamos escuchar el suave susurro del Espíritu cuando nos habla y estamos tan perturbados que finalmente no lo escuchamos.
Sería bueno que nos alejemos del ruido del mundo y tratemos de encontrar el silencio en el que podamos verdaderamente hablar con el Señor… y sobre todo que lo podamos escuchar.
El Shalom del que nos habló Jesús es un equilibrio total y solamente lo podremos encontrar en el silencio. No en el ruido que nos altera y nos perturba y nos aleja de Su Palabra.
Lamentaciones 3:25-26
Diego Acosta García