Comentaba un joven matrimonio que se habían decidido frecuentar una determinada iglesia porque en ella habían encontrado siempre mensajes amables, cordiales.
Les preguntamos por qué les parecía bien esa Iglesia? Nos respondieron que habían asistido a cultos en varias congregaciones, pero que en la mayoría solo escuchaban palabras duras, advertencias.
Pero ese tipo de predicaciones no nos gustan porque salíamos de la iglesia preocupados, incluso molestos por lo que habíamos escuchado y teniendo que pensar en el sentido del mensaje.
Tratamos de explicarles que en realidad las prédicas deberían estar inspiradas por el Espírito y si los predicadores se atenían a eso, habían compartido lo que el Espíritu les había indicado.
Por lo tanto no siempre los mensajes tenían que ser necesariamente agradables y mucho menos cordiales, porque no siempre hay razones para que el Espíritu se agrade con nuestras actitudes.
Si algo no nos parece bien, no es por el predicador sino porque el mensaje que nos ha dejado está inspirado en el Espíritu y por eso nos conmueve o nos perturba.
El joven matrimonio escuchó este argumento y no comentaron nada. Un tiempo después los volvimos a ver y estaban desconcertados con la iglesia donde congregaban.
Habían advertido que no era posible que estuviera siempre todo bien, que todo fuera un remanso, cuando en sus propias vidas no había esa tranquilidad. Y ellos mismos recordaron cómo fueron las palabras de Jesús!
Salmos 111:10
Diego Acosta García