ENSEÑANZAS MAGISTRALES
En el torbellino en el que vivimos, pocas veces disponemos de tiempo para reflexionar sobre el legado que dejaron para el pueblo evangélico, los grandes maestros.
El ministerio terrenal de Jesús fue tan grandioso, que a lo largo de los siglos hubo quienes reflexionaron con auténtica Sabiduría sobre sus enseñanzas.
Ese legado parece haberse perdido en los pliegues de la memoria histórica, pero gracias a Dios, siempre hay quienes lo recuerdan con respeto y agradecimiento.
Uno de esos grandes maestros fue Georg Müller, que nació en Prusia en 1905 y enfermo como estuvo siempre y varias veces en condiciones extremas, el Eterno le concedió 93 años de existencia.
La vida de Müller es una enseñanza, para todos los que le sucedimos. Pero nos detendremos en una frase que la tomamos como una guía para nuestra vida de servicio al Señor.
Él dijo: El Mal comienza cuando el siervo procura tener riquezas, grandeza y honra en este mundo donde su Señor fue pobre, humilde y despreciado.
Los que nos llamamos hijos de Dios deberíamos reflexionar diariamente sobre esta cuestión que planteó Müller hace casi un siglo. Podríamos decir que se anticipó a uno de los grandes males que afectaría a la Iglesia del Señor.
El Cuerpo de Cristo, no solo sufre los ataques del mundo, sino que tiene grandes problemas en su interior. No solamente debemos combatir a los enemigos del exterior, sino también a los males que tienen sus raíces en las actitudes de quienes sirven al Señor.
La permanente lucha entre la dimensión espiritual y la material, se traslada también a la vida de las personas y de manera muy especial a la vida de quienes son los siervos de Cristo.
Por eso Müller expone con sólidos fundamentos espirituales la contradicción que existe entre quienes buscan obtener dinero, reconocimiento y buscan la honra de los hombres y lo que Jesús proclamó con sus hechos. No es un siervo fiel el que utiliza su condición para lograr beneficios personales buscando la prosperidad económica y el reconocimiento de los hombres que integran la sociedad, a la que supuestamente sirven.
La advertencia del maestro Müller tiene la contundencia de los ejemplos de su propia vida y por tanto resulta inobjetable. Si pretendemos llamarnos siervos, debemos serlo hasta sus últimas consecuencias.
Jesús siendo Dios fue como hombre humilde y manso. No reclamó la honra que le correspondía por ser Hijo del Hombre.
Si cada día pensáramos en esto, muchas cosas podrían cambiar. Entre ellas, el Cuerpo de Cristo. Recordemos con amor y consideración a los grandes maestros. Aunque sus palabras nos duelan!
Diego Acosta