CONGREGACIÓN SÉPTIMO MILENIO

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SER ALGUIEN

Una de las grandes aspiraciones de los hombres ha sido la de diferenciarnos de los demás, tratar de ser alguien distinto a quienes nos rodean.
El afán por sobresalir, por ser destacados del resto de quienes formamos la sociedad, ha sido y es una de las grandes motivaciones que tenemos los hombres.
Como siempre ocurre, esto que pareciera ser más o menos novedoso y propio de la sociedad de nuestro tiempo, sin embargo no tiene nada de singular.
Para decirlo de otra manera: Como dijo Salomón, no hay nada nuevo bajo el sol!
Y es tan rotunda esta afirmación que nos podemos remontar a lo que podría ser el primer caso de alguien que quiso ser diferente y aspiró a ser notable.
Nos referimos al momento en el que Satanás utilizando a la serpiente como instrumento para su plan de destrucción, sedujo a Eva con la idea de que comiendo del fruto prohibido sería como Dios.
Sabría sobre el bien y sobre el mal. Pero, la seducción fue tan grande que la primera mujer no reparó en un detalle fundamental: Acaso ella no sabía lo que era el bien? Acaso ella no vivía al lado de Dios es que el Bien Supremo?
Pero el afán de ser alguien más importante, pudo con su sensatez, pudo con su capacidad de raciocinio y no solamente que pudo, sino que también ella se convirtió en instrumento del mal con Adán.
En este punto deberíamos reflexionar acerca de lo que significa para la vida de los hombres, esta pesada carga que es tratar de ser diferentes de los demás.
Deberíamos reflexionar sobre lo que significa para la vida de cada uno de nosotros, entender que esto que nos ocurre, está ligado a un olvido fundamental.
O también puede estar ligado a un engaño fundamental. Cuando nos dejamos ganar por este afán y nuestro corazón aspira a ser los mejores o los diferentes o los notables, estamos olvidando al propio Dios.
Cada uno de nosotros es lo que el Eterno quiere que seamos. No nos conoce desde antes de ser concebidos? No sabe acaso quienes somos? No sabe el Propósito por el cual nacimos y viviremos?
Pensemos sobre todo esto, pidamos perdón y comencemos un nuevo tiempo en nuestra vida. Aceptando y dando gracias por lo que somos, porque así le ha placido al Señor que seamos.
Nunca más busquemos ser como nos parecería que la sociedad quiere que seamos, para ser distintos. Para ser alguien.
No olvidemos que para Dios, somos únicos!

Diego Acosta

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