DEVOCIONAL
Soy incapaz de precisar cuántos años hace que un día, caminando por la avenida de una ciudad donde vivía, pude ver de lejos, como un hombre que evidentemente era el hijo, pasaba su brazo por encima de los hombros de su padre.
En ese momento pasó por mi corazón un sentimiento que bien podría haber sido de envidia. Sencillamente me pareció hermoso el gesto, que yo no podía hacer pues a mi padre lo había perdido hacía un tiempo.
Recuerdo que casi instantáneamente, vino a mi corazón una voz que me decía: Yo soy tu padre!
Y aquel momento de tristeza, de melancolía, de envidia tal vez, se transformó en una alegría intensa, profunda, podría decir que sobrenatural.
Porque en realidad siempre fue así. Aunque pude disfrutar de la presencia física de mi padre, siempre tuve la certeza que había alguien que me cuidaba como nadie.
Al recordar a mi padre, lejano ya en el tiempo, puedo percibir cercano como nunca a mi Padre Eterno!
Diego Acosta / Neide Ferreira