ESCUCHAR…

halagarUna de las grandes acechanzas que tenemos los hombres son los halagos que recibimos. Si tienen fundamentos, porque actúan directamente sobre nuestra vanidad, sobre nuestro orgullo.

Pero si son infundados resultan más peligrosos todavía, porque entonces se activa ese componente tan indeseable que llamamos astucia, porque a sabiendas de que no es cierto le prestamos atención y lo aceptamos.

En cierta ocasión escuché a una predicadora rechazar los halagos y ante la insistencia de la persona, le dijo: Si usted verdaderamente me respeta deje de halagarme porque me está haciendo mucho daño.

Esta situación resultaría incomprensible para el mundo, donde los halagos son utilizados como un arma eficaz par lograr resultados en la otra persona.

Nada resulta más irresistible que un elogio, sea merecido o no.

Esto nos debería hacer reflexionar acerca de que es lo que hacemos cada vez que elogiamos a alguien directamente. Sin desearlo, podemos estar obrando para que su egolatría se alimente.

Peor todavía es cuando lo hacemos con doblez, con doble ánimo, con la intención de ganarnos la atención y la consideración de la persona.

Lo sabio sería obrar ante cada elogio, como si no lo hubiéramos escuchado.

Debemos ser plenamente conscientes de que la debilidad humana por los halagos es muy grande y para entenderlo, pensemos en nuestra propia debilidad.

Seamos prudentes con lo que hablamos y seamos más prudentes todavía con lo que escuchamos.

Los halagos exaltan al hombre y lo alejan del Señor!

Salmo 12:2-4

Diego Acosta
Música: Neide Ferreira

www.septimomilenio.com

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