Se nos ha enseñado que debemos influir al mundo y no permitir que el mundo influya en quienes nos llamamos hijos de Dios, por tanto debemos asumir que somos extranjeros.
Esto significa que deberíamos de asumir firmes actitudes con relación a los extranjeros, porque todos somos extranjeros según lo señala la Palabra de Dios.
Frente a la creciente hostilidad en contra de los extranjeros que se advierte en varios países, principalmente europeos, es necesario que reaccionemos con vigor y no aceptemos lo que pareciera ser una tendencia natural de la sociedad.
Si respetamos a los extranjeros, nos estaremos respetando a nosotros mismos, por cuanto fuimos proclamados extranjeros por Dios, cuando nos libró de la esclavitud de nuestro Egipto espiritual.
Es necesario que comprendamos que la condición de extranjero es inherente a la condición de quienes formamos parte del Reino, porque no debemos tomar posesiones en la tierra.
Ayudar a la viuda, al huérfano y al extranjero es una misión que se nos ha encomendado para que obremos con amor y misericordia y somos advertidos de las consecuencias por no hacerlo.
Enseñemos al mundo hostil con los extranjeros, nuestro amor por ellos, nuestro respeto por ellos, porque ese amor y ese respeto será también un bálsamo para cada uno de nosotros, que también somos extranjeros en la tierra.
Efesios 2:19
Diego Acosta García