Hay situaciones en las que deseo esconderme para no tener que enfrentarlas. Pero tengo claro que esta postura es indigna de alguien que se llama hijo de Dios.
Esas situaciones son las que se generan cuando luego de orar tenemos en nuestro interior la certeza, de que debemos de hacer algo.
Y en eso radica el problema. Debemos hablar, aún cuando pensemos que nos pueda perjudicar el tema, que quién reciba nuestras palabras se pueda disgustar o que no nos convenga socialmente.
Todas cuestiones que reconozco, no tienen nada que ver ni con el Amor ni con la Misericordia, que enseñó Jesús para que cambiemos nuestro modo de vivir.
Tengo el convencimiento de que debo obrar y hablar, sabiendo que el Espíritu Santo pondrá en mi boca las palabras adecuadas para cada momento.
Sabiendo todo eso, no hablar significaría negar mi fidelidad al Señor, ignorar sus Mandamientos y ser esclavo de mi propia cobardía.
Ezequiel 33:6
ES – Pero si el atalaya viere venir la espada y no tocare la trompeta,
y el pueblo no se apercibiere, y viniendo la espada, hiriere de él a
alguno,
éste fue tomado por causa de su pecado,
pero demandaré su sangre de mano del atalaya.
PT – Mas, se, quando o atalaia vir que vem a espada, não tocar a
trombeta,
e não for avisado o povo; se a espada vier e levar uma vida dentre
eles,
este tal foi levado na sua iniquidade,
mas o seu sangue demandarei da mão do atalaia.
Diego Acosta / Neide Ferreira