Todos los hombres podemos ejercer el libre albedrío, que nos permite decidir lo que nos parezca mejor o aquello que más esté en línea con nuestras convicciones.
Una alta responsabilidad y una alta carga sobre nuestros hombros, porque al ser un planteo estrictamente personal debemos asumir sin atenuantes todas sus consecuencias.
Esta cuestión siempre estuvo en mi ánimo cuando pensaba acerca de lo que significa la decisión de aceptar al Señor como mi Salvador.
Es mucho más que una declaración!
Supone el perdón de mis pecados al haberme arrepentido de haberlos cometido!
Pero, también he pensado, qué hubiera ocurrido de mí si hubiera tomado la decisión contraria?
En principio llevaría la más que pesada carga de mis pecados y mis iniquidades y la convicción de saber que he renunciado al Amor y a la Misericordia de Dios.
Pero hay más consecuencias!
Quién decide vivir todo el tiempo con sus errores y sus equivocaciones que derivaron en pecados, decide también ser responsables de ellos.
Y la conciencia no dejará de reclamarnos por todos ellos!
Creo en Dios y eso me lleva a ser agradecido por la Gracia recibida, del perdón y también de la seguridad de la Vida Eterna.
Es decir vivo sin la carga insoportable de mis hechos de maldad y vivo sin la pesada carga que agobia a quienes están llegando a mis años y piensan en su destino final.
Y ese final es demasiado serio como para no arrepentirnos, cuando todavía estamos a tiempo, de ejercer el libre albedrío en la dirección absolutamente correcta.
Juan 3:36
El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.
Diego Acosta / Neide Ferreira