Seguramente todos sabemos Quién es nuestro Proveedor. Seguramente nadie duda acerca de esta realidad portentosa en nuestra vida de creyentes.
Pero qué ocurre cuando tenemos una necesidad urgente? Apelamos a todas nuestras posibilidades humanas, confiando en la ayuda de nuestros familiares o de nuestros amigos?
O apelamos a quién es el Dueño de todo el oro y de toda la plata del mundo?
Esta es la verdadera cuestión de la fe. En el momento de la dificultad extrema, a quién pedimos soluciones.
Podemos justificarnos que son muy humanas nuestras reacciones, pero son argumentos, porque como el Señor conoce nuestro corazón advertirá cuál es nuestra intención verdadera.
La necesidad transforma nuestra vida de una manera muy especial y nos olvidamos apremiados por la urgencia, como debemos obrar en la hora de la prueba.
Esta cuestión no es una mera especulación, porque seguramente muchos de nosotros hemos tenido problemas que parecen no tener solución y entonces la buscamos en donde sea.
En la hora de la necesidad debemos de tener el suficiente dominio propio como para recordar que el Señor nunca nos abandonará, que es nuestro Proveedor y que siempre cumplirá sus promesas.
Salmos 30:10
Diego Acosta García