EL ABUELO SALOMÓN
En mis solitarios juegos de la infancia, me inventaba amigos, viajes y cosas parecidas. Buscaba que las horas pasaran y llegara el momento en el que mi padre volviera por la noche.
En esas largas horas un día descubrí a las hormigas. Y se convirtieron en mis mejores compañeras, porque en el patio de tierra de mi casa, las podía ver todos los días con sus idas y venidas.
De tanto verlas, me sabía el caminito que hacían desde las plantas hasta su hormiguero y como se cruzaban, siempre rápido y sin descansar.
A veces me llamaba la atención las pesadas cargas que llevaban y más me sorprendía, como en algunas ocasiones las cargas eran tan grandes que eran dos o tres las que se esforzaban para llegar hasta su casa.
Cuando le pregunté a mi padre por qué trabajaban tanto, me dijo que era para darles de comer a sus hijos y para guardar comida para cuando llegara el invierno y para qué en ese tiempo, no les faltara nada.
Ellas me enseñaron que había que ser laborioso y cumplidor, porque siempre habrá alguien confiando en nosotros.
Diego Acosta