Muchas veces no reparamos la desmesura que existe entre nuestras fuerzas y las de quienes son nuestros adversarios, del tipo que sean y en las circunstancias que sean.
El atrevimiento con el que actuamos es patético, porque revela hasta qué punto somos capaces de confiar en nuestra capacidad para lograr una supuesta victoria.
Esto que parece un parte de guerra no es otra cosa que trasladar los hechos cotidianos a su confrontación con la Palabra de Dios, para que seamos capaces de advertir cuál es la realidad.
En el fondo todos obramos con impetuosidad basados en la experiencia que podamos tener, creyendo que somos más poderosos de lo que en realidad somos.
Si repasáramos la Palabra de Dios con el ánimo de aprender de ella, podríamos advertir que nada de lo que nos imaginamos es real, porque nuestro potencial es mucho menos importante de lo que imaginamos.
Debemos entender que nuestras luchas las debe librar Dios, porque suya es la Victoria y suya es la Justicia. Todo lo demás es pretexto de hombres para asumir situaciones que no nos corresponden.
En la hora de enfrentarnos a quienes consideramos nuestros adversarios o nuestros enemigos, no olvidemos lo fundamental: Es el Eterno quién lucha por nosotros, para que no tengamos que asumir el peso de la derrota.
1 Crónicas 5:20
Diego Acosta García