Cuando era un padre con pocos meses de antigüedad, en mi lejana juventud, fui testigo de un incidente callejero, que me causó una gran impresión.
Un señor mayor que iba unos pasos delante de mí, fue agredido por graves palabras por un niño pequeño.
El señor reaccionó con vehemencia y tomándolo de la ropa le dijo: Nunca más vuelvas a insultar a una persona mayor. Que no se te vuelva a ocurrir hacerlo!
La siguiente en reaccionar fue la madre, quién increpó a esta persona diciéndole que no tenía ningún derecho de amenazar a su hijo.
El hombre, con gran serenidad le dijo: Señora, recuerde que un niño mal educado siempre encontrará en cualquier esquina, alguien que le enseñe.
Es por el bien de su hijo, que se lo digo: Edúquelo y no lo malcríe como hasta ahora! Lo que Ud. no haga con amor, otro como yo, lo hará con rigor.
Eso fue todo. El señor mayor continuó caminando, mientras el niño lloraba y la madre murmuraba.
Cuando llegué a mi casa, mi pequeña hija dormía plácidamente. Mientras la miraba como descansaba, me hice la firma promesa de recordar siempre lo que había ocurrido en la calle.
No sabía que años más tarde, comprendería con las enseñanzas de Jesús, el valor de lo que había aprendido en aquel lejano momento de mi juventud.
Enseñemos a nuestros hijos con rigor y amor, para que sean hombres y mujeres, respetuosos y para que sean capaces de hacerse respetar.
Si ignoramos el valor del respeto, nunca obraremos como debemos hacerlo. Ni tampoco nunca obraremos como el Hijo del Hombre lo hizo.
Provérbios 28:23
O que repreende ao homem achará depois
mais favor do que aquele que lisonjeia com a língua.
Proverbios 28:23
El que reprende al hombre, hallará después mayor gracia
que el que lisonjea con la lengua.
Diego Acosta / Neide Ferreira