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Los tremendos detalles acerca de la muerte de una joven iraquí de veinte años, quemada viva, conmueven menos de lo que pudiera pensarse.
La joven musulmana, segunda esposa del hijo de un oficial del ejército, murió como consecuencia de las quemaduras que recibió ante lo que habría sido un nuevo acto de violencia familiar.
Con todo lo doloroso y brutal que resulta el episodio, no menos doloroso resulta el silencio de las supuestas organizaciones defensoras de la mujer, que ante hechos de menor gravedad, incitan a la igualdad y también a castigar a los culpables con severas penas.
La Justicia es la que debe obrar en cada caso y es más que obvio, que nadie puede intentar comprender o justificar a un maltratador. Pero en este caso, la omisión se torna flagrante.
Con la misma energía con que se reclaman los derechos de la mujer en Occidente, deben reclamarse en el mundo musulmán. O es que hay una aceptación de facto, de que una mujer musulmana tenga menos derecho que una nacida en los países occidentales?
Diego Acosta
