Ayudando torpemente a limpiar, pasé un paño sobre un espejo que según mi opinión estaba limpio.
Cuál no sería mi sorpresa, cuando luego de frotar su superficie, comenzó a mostrarse de otra manera, porque resultó que ya no estaba sucia, sencillamente estaba limpia.
Había desaparecido el polvo que con el tiempo se acumuló y a pesar de ello, mostraba una apariencia engañadora.
Inmediatamente pensé en mi vida. Cuantas motas de polvo se han acumulado en mi conciencia y en mi corazón!
Y lo más sorprendente: Siempre creyendo que estaban impolutos!
En esto consiste uno de los mayores engaños de quienes nos llamamos hijos de Dios. Llegamos a pensar que hasta podemos ser merecedores de esta Gracia!
Durante muchos años me acompañó el recuerdo de cuando en mi vida interior estaba regida por la religiosidad y por la creencia en las buenas obras y del dinero dejado en la iglesia el día domingo.
Creía que con eso estaba todo bien!
Creía que en cuanto abandonara el lugar de culto, nuevamente tendría la libertad para volver a mis cosas habituales sin pensar ni en el pecado ni tampoco en sus consecuencias.
Hasta el domingo siguiente!
Pensándolo bien, esa vida pasada se parece bastante a la de mi vida presente, porque sin admitirlo y sin verlo, voy dejando que la suciedad vaya cubriendo una superficie que debería estar resplandeciente.
Por eso es imprescindible en mirar cada tanto como está nuestra relación con Dios, como obramos o como dejamos de obrar, como servimos o como dejamos de servir.
Comenzaremos a vivir más sinceramente y no nos engañaremos con nuestros supuestos méritos.
1 Pedro 1:15
sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir.
Diego Acosta / Neide Ferreira