SÉPTIMO MILENIO: 14 DE MAYO DE 1948

Es un día histórico por múltiples razones, aunque solamente lo sea por recordar que en esta fecha fue promulgado el Estado de Israel y reconocido oficialmente por las Naciones Unidas.

Desde la perspectiva del mundo es el día del reconocimiento soberano a la existencia de un nuevo país, razón por la cual los países árabes libraron varias guerras para lograr su desaparición.

La vida de Israel no ha sido nunca una vida fácil, todo lo contrario, según lo atestigua la Biblia que refleja la historia del Pueblo de Dios en el Antiguo Testamento y el Advenimiento de Jesús en el Nuevo.

Las acechanzas contra Israel son múltiples y permanentes, aún en nuestros días, debido a que Irán entre otras naciones pretende la desaparición no solo del país, sino de su memoria.

Precisamente esste es el elemento sustantivo que garantiza la existencia de Israel, porque su identidad espiritual ha permanecido inalterable por miles de años, gracias a su memoria.

Parte del cristianismo se opuso durante muchos siglos a la existencia de Israel y la iglesia católica ha enmendado en parte esta actitud, recién en el Concilio Vaticano II.

Pero también los evangélicos o protestantes tenemos actitudes preocupantes hacia Israel. Una de ellas es la tibieza de quienes hablan que defender a Israel es caer en la actitud “judaizante”.

Esta posición es sostenida por muchos líderes que argumentan que una cosa es defender a Israel y otra bien distinta es “judaizar”,  con lo que se colocan en una ambigua posición, declarando como se declaran que son coherederos de las promesas hechas por Dios a su Pueblo.

Más grave todavía es la actitud de quienes son sostenedores de la doctrina de la “sustitución” que argumenta que la Iglesia ha sustituido a Israel, una doctrina perversa que se opone radicalmente a la Palabra de Dios.

En este aniversario de la creación del Estado de Israel, sería fundamental que quienes formamos parte del pueblo evangélico, ratifiquemos con sencillez y rotundidad nuestro amor y solidaridad.

Sin grandilocuencias ni gestos exagerados, pero sin tibiezas ni ambigüedades ni mucho menos cayendo en la trampa de la “sustitución”. En definitiva, declararnos honrados de ser los coherederos del Pueblo de Dios.

Diego Acosta García

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