SÉPTIMO MILENIO: ESPÍRITU OLÍMPICO? V

Los Juegos Olímpicos son una gigantesca pantalla que se asoma a los lugares más recónditos del mundo, ofreciendo imágenes de éxitos potenciados casi hasta el infinito.
Se comenta poco de los fracasos y menos todavía de aquellas otras cuestiones que ponen en entredicho el llamado “espíritu olímpico” como si la consagración al dios Zeus pesara todavía en el ánimo de los participantes.
Atletas que son descalificados por dar positivo en los análisis que controlan la nefasta práctica del doping, ponen de relieve que no siempre la competencia es lícita y que se apela al “todo vale”
No es menos notorio el caso de los equipos que pudiendo ganar no lo hacen,  para evitar rivales que potencialmente puedan ser peligrosos para sus aspiraciones de triunfo.
Estos casos que levantan nubes de sospechas, que son difícilmente comprobables de acuerdo a la legalidad vigente, si en cambio pasan la prueba de la aplicación de que “el fin justifica los medios”.
Es este el ponderado “espíritu olímpico”? Que valores morales podrán exhibir quienes se valen de esas artimañas para después alardear de sus éxitos?
Frente a tanto despropósito y frente a tanto falsear la competencia, es saludable destacar un gesto notable. El de un triunfador asombroso como deportista, que en el medio de su éxito es capaz de tener una actitud ejemplar.
Con nombre propio lo destacamos: Usain Bolt más ejemplar fuera de las pistas, aun considerando su calidad inigualable como atleta. Interrumpió un reportaje para escuchar respetuosamente el himno de un país que no era el suyo.
Un gesto que no fue tan destacado porque seguramente poco importa lo ejemplar, frente a la exaltación del triunfo y el consiguiente éxito, porque tal vez ese sea el propósito de los Juegos: Exaltar al hombre ganador.

Diego Acosta García

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