Resulta muy fácil de aplicar calificativos tremendos sobre lo ocurrido con los inmigrantes que perdieron la vida frente a las costas de Sicilia en Italia, sin caer en los tópicos.
Hombres, mujeres y sus hijos perdieron la vida en un absurdo accidente, que deja al descubierto una realidad que supera las lamentaciones y las condolencias.
Quienes son los muertos? Aquellos que tuvieron la osadía de buscar una nueva vida a sus condiciones habituales, miseria, tragedias cotidianas, incultura.
Hombres y mujeres de tres países africanos que quedaron a merced de los traficantes de personas en Libia, que no vacilaron en enviar a la muerte a cientos de personas.
Porque el de Lampedusa no es el único caso y lamentablemente, tampoco será el último. La brutal tragedia de África, frente a la supuestamente opulenta Europa.
Reflexionando podremos advertir que la inmigración es un fenómeno tan antiguo como el hombre mismo. La Biblia lo confirma en numerosos testimonios.
Tal vez comenzando por Abram, que luego sería Abraham, más tarde el padre de todas las naciones a través de las bendiciones que recibió de Jehová.
Ni los africanos son los responsables últimos de sus problemas, ni tampoco Europa es la responsable final. Que es lo que está ocurriendo en estos tiempos?
Tal vez sea que la infinita y perversa avaricia de los humanos, nos lleven a situaciones tremendas que parecen estar completamente fuera de control, mientras no se cambie la situación riqueza-avaricia-muerte.
No estamos haciendo una proclama contra quienes tienen dinero y sus empresas. Estamos haciendo un llamado a la razonabilidad de quienes buscan aumentar sus ganancias a cualquier precio y no pagar sus impuestos, a cualquier precio.
Que sucedería si en un gesto de maravillosa solidaridad quienes tienen que pagar sus impuestos, paguen y quienes deben ser honrados, obren honradamente?
No sería otra cosa que aplicar la Justicia del Reino que anunció Jesús. Por qué nos negamos los hombres a esta realidad? Porque es evidente que la avaricia y el afán de riqueza nos tienen ganado el corazón.
Cambiemos el corazón de los hombres y no habrá más muertes como las de Lampedusa, que se convertirán seguramente, en una simbólica referencia a la tragedia de los hombres que viven sin Dios.
Diego Acosta García
www.septimomilenio.com