Se cuenta que un hombre decía con gran arrogancia: que humilde soy con los poderosos y recio soy con los débiles, y se vanagloriaba de su actitud llena de hipocresía.
Como soy manso con quienes detentan el poder y como soy de áspero con los que no lo tienen, se ufanaba mientras seguía viviendo en obsecuencia y en agresividad.
Cuántas veces habremos hecho lo mismo asumiendo comportamientos que no tienen nada que ver ni con la dignidad del mundo, ni con lo que nos mandan los fundamentos de nuestra fe.
Ciertamente hay quienes asumimos una vergonzosa conducta frente a quienes suponemos que en un determinado momento nos podrán ayudar o proteger con su poder.
También hay quienes maltratamos a los que se encuentran por debajo de nosotros, tratando de aliviar de esta manera la conciencia de que en ciertos momentos nos humillamos por un interés mezquino.
Tanto en un caso como en el otro, nuestro proceder tarde o temprano nos tendrá por víctimas, porque no ayudamos a quién lo necesitaba y porque seremos olvidados por quienes fuimos como vasallos.
Debemos obrar con la enseñanza que debemos de servir y no ser servidos y no humillarnos ante ningún hombre, por poderoso que sea o por importante que se crea. Y no envanecernos nunca ante el débil!.
Solamente ante Dios nos humillaremos porque solamente Él nos puede honrar!.
Mateos 10:42
Diego Acosta García