Seguramente coincidiríamos con muchas personas con la sensación que produce el exceso de ruido y que tiene como manifestación más directa una cierta incapacidad hasta para pensar.
El ruido del mundo nos va embotando los sentidos de tal manera que no somos capaces de distinguir ni de donde proviene ni en qué momento terminará.
El ruido también puede ser de las palabras que se repiten una y otra vez que van aletargando la capacidad de distinguir entre lo que se dice y lo que se busca asegurar.
En definitiva el ruino ruido nos hace perder la perspectiva de lo que ocurre en nuestras iglesias, en nuestras congregaciones y las palabras lo dominan todo buscando la aceptación de distintas teorías.
Una de esas teorías es la que asegura que los cristianos debemos ser prósperos y ese argumento pasó a la categoría de teología, trayendo como consecuencia el resultadismo en las congregaciones.
El ruido en definitiva nos impide distinguir entre lo que dicen los hombres y el mundo y lo que nos habla el Señor. Quién se deleite con el ruido del mundo difícilmente podrá escuchar el susurro de la Palabra.
Estamos en tiempos donde es imprescindible que nos apartemos de toda forma de ruido y seamos capaces de tener momentos de silencio, para poder recibir el mensaje del Señor.
Salmos 37:7
Diego Acosta García