EL DESCONCIERTO

DEVOCIONAL

Estudiar la Biblia es un Mandato que debemos de cumplir cada día, porque nos aproxima a la Majestad del Dios de Israel.

Sin embargo más de una vez he leído y he vuelto a leer un determinado texto y me produce una sensación de desconcierto muy grande no poder entender lo que está ante mis ojos.

Por qué ocurre esto?

Es que la Palabra de Dios es confusa?

Como tengo claro que no  es confusa, entonces me pregunto que es lo que estoy haciendo mal. Y en su Misericordia el Altísimo siempre termina mostrando donde está mi error.

Sorprendentemente se produce cuando quiero ir más allá del Texto y sumergirne en teorías o interpretaciones, que se alejan por completo de lo que fué inspirado.

Me cuesta entender que nuestra lectura debe ser directa, sin buscar segundas intenciones, porque no las hay. NO hay intenciones de ocultar nada, sino por el contrario, revelarlo todo. Solo que cuando leo debo orar para que sea el Espíritu el que me guíe.

No mi pequeña mente humana, tan lejana de la Grandeza del Eterno!

Eclesiastés 12:13
El fin de todo el discurso oído es este:
Teme a Dios, y guarda sus mandamientos;
porque esto es el todo del hombre.

Eclesiastes 12:13
De tudo o que se tem ouvido, o fim é:
Teme a Deus e guarda os seus mandamentos;
porque este é o dever de todo homem.

Diego Acosta / Neide Ferreira

EL MEJOR TIEMPO

Cuando nos aprestamos a leer la Palabra de Dios, debemos prepararnos, profundamente para un gran momento de nuestra vida.

No es solo prepararnos para una lectura sino también para adentrarnos en las revelaciones que el Espíritu pueda darnos.

Pero, debemos apreciar que son dos situaciones distintas. Una cosa es leer, con detenimiento, sin prisas. La otra es dejar pasar nuestra vista sobre Capítulos y versículos, buscando lograr de leer el máximo posible de páginas.

Como es comprensible, el Espíritu difícilmente podrá enseñarnos lo que tiene para nosotros, si solo pasamos  nuestra vista, con rapidez sobre las páginas como si estuviéramos compitiendo contra nosotros mismos.

Cuando leemos debemos elegir el mejor momento del día, aquel en el que estaremos más tranquilos, más serenos, para no tener ninguna clase de prisa ni caer en la tentación de hacerlo rápido para acortar los tiempos.

Estas cuestiones fueron momento, una gran revelación para mí, pues un día el Espíritu me mostró mi gran torpeza, mi auténtica necedad a la hora de leer el Texto Sagrado.

Un buen ejemplo de lo que estamos comentando, es el momento en el que Jesús habla de la semilla de mostaza y de lo pequeña que es.

Creo que todos nos quedamos en la primera parte del versículo, al que damos por sabido y por entendido, sin detenernos ni un solo instante en lo que podríamos llamar la segunda parte de lo que dijo el Hijo del Hombre.

Hablando de la calidad de nuestra fe la comparó con una semilla de mostaza y mencionó que podríamos cambiar a un monte de lugar.

Y pareciera que ese es el fin de la historia. Pero Jesús formuló una promesa: Si nuestra fe fuera mayor, podríamos hacer cosas mayores que esa.

Sería bueno que leyéramos el pasaje, en el Evangelio de Mateo, para comprender acabadamente la necesidad que tenemos de profundizar en el Texto y permitir que el Espíritu nos hable.

Con el paso de los años, he podido valorar la importancia de esta enseñanza. Cuando le dediquemos el mejor tiempo a la lectura de la Biblia, entonces nuestra vida comenzará a cambiar.

Mientras tanto caminaremos como si no tuviéramos una brújula y estaremos perdidos y sin rumbo.

Diego Acosta 

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