HABLAR MENOS

La Palabra de Dios con su infinita sabiduría nos recuerda de forma constante que debemos ser prudentes, que no debemos ser insensatos y que en lugar de hablar, debemos aprender a escuchar.

Solamente así seremos capaces de saber lo que Dios tiene para decirnos, porque no estaremos aturdidos con el ruido de las palabras, las propias y las ajenas.

Estos conceptos resultan de valor consustancial consustancial con los tiempos en los que vivimos, en los que se habla mucho, muchísimo, sin decir prácticamente nada.

Podríamos afirmar que hablamos solo por el placer de hablar, por el placer de escucharnos y sentirnos importantes por lo que estamos diciendo, aunque no tenga ningún valor.

Este comportamiento lo deberíamos llamar palabrerío, a lo que debemos agregar cuando por hablar nos ocupamos de lo que hace nuestro prójimo en cuyo caso el adjetivo cambia y se transforma en puro cotilleo.

La Biblia nos enseña reiteradamente que solo hablan quienes tienen algo importante para decir y los demás escuchan, porque en eso consiste la edificación personal.

En estos tiempos que corren, hablemos menos, muchísimo menos, para no estar aturdidos en el momento en el que Dios nos hable y nos revele por su misericordia lo que tiene para nosotros.

Job 33:31
Diego Acosta García

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