LA PREDICADORA

Recordamos con amor a la señora mayor que un día irrumpió en un vagón de metro, en medio de la actitud displicente y aburrida de la veintena de pasajeros que viajábamos hacia el centro de la ciudad.

Con un gesto sereno y afable comenzó a distribuir un pequeño folleto en el que constaba un breve mensaje sobre Jesús y la Salvación y la dirección de una Iglesia.

La señora trataba de entregar en mano los folletos pero la mayoría de los pasajeros no aceptaron y entonces ella, ponía en el asiento vacío el pequeño folleto.

Cuando terminó de repartir sus mensajes volvió a donde había comenzado para recoger los folletos, que en muchos casos habían sido arrojados al suelo e incluso habían sido hechos un apretado bollo de papel.

Ella sin perder la sonrisa los fue recogiendo buscando la mirada de las personas para devolverles un gesto amistoso, en medio de la indiferencia exagerada de todos.

Todo esto ocurrió en el tiempo en que el convoy llegó a dos o tres estaciones. De todos los pasajeros solamente otra señora y nosotros tuvimos un gesto cordial con ella.

Lo que nunca olvidaremos fue la elocuencia de su silencio, la firmeza de su actitud y la mirada de calidez y amor que dirigió a cada uno de los pasajeros. Ella sin decir una sola palabra nos había dado el mensaje de Jesús.

1 Corintios 1:17
Diego Acosta García

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