SÉPTIMO MILENIO: HACEDORES DE MALDAD


Hace unos pocos años fuimos reprendidos con un cierto rigor por haber manifestado que afrontábamos la penúltima crisis económica. En realidad estábamos tan convencidos como lo estamos ahora, que no estábamos frente al último problema creado por la economía, por lo que en ese momento le pregunté a mí superior, si el error fue haber dicho penúltima, en lugar de antepenúltima. No estoy fomentando las malas maneras y mucho menos la falta de respeto hacia un superior, solamente estamos reflejando un hecho que lamentablemente confirma que a pesar de los tres o cuatro años transcurridos sigue teniendo vigencia la respuesta.
Quizás haya que hacer una reflexión acerca de la naturaleza de las crisis para demostrar que aunque parezcan relativamente iguales, son cada vez más diferentes. Por mencionar la más importante de todas, la del crac del 29 ocurrida el siglo pasado en los Estados Unidos se solucionó con la entrada en la guerra del país frente al eje Alemania-Japón. Bastó esa intervención que sumada a los aportes realizados a Europa para su reconstrucción, para que Estados Unidos no solamente superara la crisis económica sino que se convirtiera en la primera potencia mundial en todos los órdenes.
Luego vinieron otras crisis provocadas por la carestía del petróleo y finalmente las que se registraron en la primera decena de años del tercer milenio. Una de las agencias de calificación otorgó la triple AAA, la mejor posible, sobre su estado económico a Lehmann Brothers, que quebraría al día siguiente arrastrando a las bolsas y a los bancos a una crisis de proporciones globales. Cuando nos parecía que nos estábamos reponiendo del impacto resulta que ahora nos enfrentamos a la debilidad de las economías de los países que forman parte de la Unión Europea, principalmente.
Estas reflexiones sobre las crisis no apuntan a explicarlos teóricamente, pero si intentan demostrar que a lo largo de los tiempos siempre hubo y los habrá, los hombres hacedores del mal. Hombres que están perfectamente caracterizados por unas pocas palabras: necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia.
Son necios, porque solo responden a las normas dictadas por su avaricia por las riquezas.
Son desleales, porque no tienen dudas de arruinar a quienes son sus connacionales.
Son sin afecto natural, porque condenan a sus propios países con sus maniobras especulatorias.
Son implacables porque sus objetivos originados en la avaricia no tienen ninguna clase de condicionantes ni de límites.
Son sin misericordia, porque con sus acciones han llevado a la ruina física y personal a millones de personas, han creados caos económico, quiebras y pérdidas de lugares de trabajo. E incluso han causado la muerte de personas que se quitaron la vida a causa de no soportar los acontecimientos que vivían.
Seguramente muchos pensarán en los especuladores, en aquellos que obran en los límites de las leyes, con la complicidad por omisión de los funcionarios que deberían controlarlos y por la manifiesta ineficacia de los gobiernos que deberían perseguirlos.
¿Quedarán impunes los especuladores y sus seguidores?
No, porque quienes practique tales cosas son dignos de condenación.
¿Lo decimos nosotros? No. Lo afirma la Palabra de Dios. Siempre debemos recordar que nadie por poderoso que sea o por poderoso que se sienta eludirá el Juicio de Dios.

2:Pedro 2:32
Diego Acosta García

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