GLORIA…?

CONGREGACIÓN
SÉPTIMO MILENIO

A lo largo de las diferentes épocas históricas, siempre hubo hombres que se distinguieron de sus contemporáneos. Y por esta razón tuvieron para recordarlos monumentos o denominaciones de distintos lugares con sus nombres.
Como ilustró maravillosamente el sabio en Eclesiastés, no hay nada nuevo bajo el sol y seguimos distinguiendo a los hombres y mujeres sobresalientes, para que las generaciones futuras los recuerden.
En la mayoría de los casos podríamos estar hablando de la vana-gloria a la que aludió Pablo y en los tiempos presentes, casi sin ninguna duda nos enfrentamos a esta forma de realidad.
Cada cual busca su gloria!
Pero qué gloria buscamos?
Simplemente en la que nos conceden nuestros pares y nos conformamos con la pequeña gloria de ser reconocidos por hechos y obras, que deberían ser recordados con mayor énfasis, según nuestra opinión.
Si estuviera frente a un espejo el dedo acusador me apuntaría a mí en forma directa, con lo que estoy declarando que creo que en estas situaciones prácticamente no hay excepciones.
Entonces la gloria personal también es un afán de los que nos llamamos hijos de Dios?
Sin la menor duda y si la tuviéramos, nos debería bastar para aclararnos, con mirar a nuestro alrededor o a nosotros mismos.
Hemos perdido el temor y temblor declarado por Pablo y la humildad enseñada por el Hijo del Hombre.
Sin temor ni temblor no podremos presentarnos ante la Majestad del Eterno ni nos podremos declarar discípulos de Jesús, con nuestra falta de toda forma de humildad.
Es triste muy triste esta realidad, pero no por ello es menos cierta, cuando podemos comprobar las luchas por ocupar puestos que conceden una pequeña notoriedad y el vacío que se produce cuando se trata de encontrar servidores del prójimo.
Para ser notorios son muchos los candidatos, pero para servir muy pocos!
Haciendo un símil, si Jesús nos dijera: Sígueme, que haríamos?
Pensaríamos en que nos podríamos beneficiar o dejaríamos todo para tener el privilegio de ser sus discípulos?
El fin de los tiempos se está acercando y está mostrando como falsos profetas o sus imitadores, están proclamando mensajes que son propios de la gloria humana, que de la única Gloria verdadera: La que concede el Santo de Israel!

Diego Acosta

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OÍR A DIOS

Por sorprendente que resulte, este reclamo es del propio Dios!

Es el reclamo que Jehová formuló a los israelitas cuando fueron liberados de la esclavitud a la que estaban sometidos en Egipto.

Podríamos hacernos dos preguntas sobre el tema. Por qué Jehová les hacía esa reclamación y la otra, es para qué se las hacía?

La respuesta al por qué, es porque a pesar del tremendo milagro que habían recibido de ser liberados de las cargas de los egipcios, tomaban sus propias decisiones desoyendo los mandatos del Todopoderoso.

La respuesta al para qué, es para entender que les hubiera dado el Creador, si hubieran sido fieles a sus mandatos y lo hubieran escuchado.

Francamente esta situación se parece mucho a la de mi propia vida.

Cuántas veces me he negado a oír la Palabra de Dios?

Muchas y en todos los casos con duras consecuencias, lo que revela que la dureza del corazón no es solo es de los israelitas.

Y por las mismas razones, cuántas cosas me he perdido a causa de mi propia necedad, de no advertir que escuchando al Eterno, es cuando mi vida puede cambiar para bien.

El sabio Predicador nos enseña que la vida es una continua repetición de hechos y situaciones, que si por una vez los hubiéramos tenido en cuenta, nos hubiéramos librado de pesares y de afanes fallidos.

Cuando seré sabio para entender el mensaje de Dios?

Busco cada día acercar mi entendimiento y mi corazón, para vencer la dureza de mi cerviz y ser capaz de oír al Santo de Israel.

Salmo 81:11-12

ES – Los dejé, por tanto, a la dureza de su corazón;
Caminaron en sus propios consejos.

!!Oh, si me hubiera oído mi pueblo,
Si en mis caminos hubiera andado Israel!

PT  Pelo que eu os entreguei aos desejos do seu coração, e andaram segundo os seus próprios conselhos.  

Ah! Se o meu povo me tivesse ouvido!  Se Israel andasse nos meus caminhos!

Diego Acosta / Neide Ferreira

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