PERSONAL
Como hizo Pablo con sus jóvenes discípulos Timoteo y Tito, pero sin ser Pablo, le escribí una carta a un hombre joven que había sido consagrado pastor de su iglesia.
Y este es el texto:
Amado hermano:
Con mucha alegría recibí la noticia acerca de tu nombramiento. Pensando que aún con las cosas de Dios, el diablo es muy atrevido y siempre está trabajando para destruir, te escribo y me permito algunas reflexiones.
Ser pastor es una forma de Poder. Nunca te olvides de esto. Y el poder es algo grave para los hombres, porque destruye, corrompe y saca lo peor de cada persona.
Pensarás que es una locura, pero debemos analizar estas cuestiones. Destruye porque afecta la necesaria, la imprescindible necesidad de seguir los pasos de Jesús que vino a servir y no ser servido. Y el poder destruye esa convicción, la convierte en algo sobre lo que no debemos de pensar, porque es más atractivo hacer lo contrario.
El poder corrompe, porque nos lleva a hacer lo mismo que los hombres del mundo hacen cuando lo utilizan. Somos manipuladores, nos creemos con derechos que no tenemos y con autoridad convertirnos en arbitrarios y amigos de los amigos.
Por esto es que te digo que el poder, saca lo peor de cada hombre.
Debes de pensar que el poder nos lleva de lo sobrenatural a lo natural y por tanto nos humaniza, provocando la vanidad en nuestro corazón y a ser especuladores con vidas y creencias.
Y también nos demoniza, porque aún sin desearlo, nos convertimos en agentes del diablo, al alejarnos de la Verdad y ser esclavos de las medias verdades. Razones por las que te digo que el poder debilita a quién debería estar apoyado en la Roca y poco a poco desciende para caminar sobre la arena, el terreno propicio para ser displicentes ante el pecado, buscando que nadie se sienta incómodo con prédicas que condenen lo que Dios ha condenado, dando prioridad a los beneficios y a la economía de la congregación.
El poder como algo corrosivo reblandece nuestra fe y nos hace tolerantes y conciliadores con el mal, que es lo mismo que decir que nos convierte en cómplices del diablo, en su obra de destrucción de las vidas.
Puedes pensar que todo esto es muy negativo. Todo lo contrario, te escribo porque conozco tu corazón y tengo confianza en la Obra del Espíritu en tu vida.
Son palabras de alerta, junto con la convicción de que no tendrás dudas en desear que en tu iglesia haya pocos hermanos, pero que en ese remanente esté viva la presencia de Dios y la Verdad y la Luz de Jesús inspirando a todos. Sé fuerte con los poderosos y humilde con los débiles. Un abrazo de tu amigo y hermano y perdona si abuso de ser un hombre mayor.
Diego Acosta