HAMBRE


Nunca dejará de sorprendernos como una madre, aunque sea su primer hijo, interpreta la forma de llorar de su bebé y sabe perfectamente cuando tiene hambre.

Esa notable manifestación del instinto nos lleva a reflexionar acerca de cuando siendo mayores, también tenemos hambre. En la mayoría de los casos, lo solucionamos fácilmente. Si tenemos hambre, comemos.

Esa relación causa-efecto la conocemos tan bien que ni siquiera reparamos en ella. Porque a la necesidad le sigue casi inevitablemente la saciedad. Tendremos problemas, cuando no tengamos qué comer.

Con nuestra vida espiritual ocurre más o menos lo mismo. Solamente que muy pocas veces tenemos hambre…de Dios. Y por qué?

Si no tenemos hambre de Dios es porque nos sentimos autosuficientes y por tanto no precisamos todo lo que Él nos puede dar y nos conformamos con lo que nosotros mismos nos damos.

Es bueno que ocurra esto? Rotundamente NO. Porque obrando de esta manera nos estamos autosatisfaciendo y nos estamos privando de todo lo maravilloso que tiene el Eterno para nosotros.

Guardemos nuestro corazón porque la autosuficiencia nos puede llevar a esa forma tan común de idolatría, que es la egolatría.

Volvamos a ser niños y clamemos para tener la mejor forma posible del hambre: Hambre de Dios!

Amós 8:11
Diego Acosta García
Música: Neide Ferreira

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