ESTUDIO BÍBLICO
El profeta Daniel estaba delante de Dios en actitud de confesión y el Señor le envío su ángel dándole a entender que se agradaba de su actitud de confesar sus propios pecados y los de su pueblo. Nos es muy fácil reconocer los pecados de los demás, pero Dios quiere que reconozcamos y confesemos los nuestros.
Levítico, 5:5.
5Cuando pecare en alguna de estas cosas, confesará aquello en que pecó.
Desde la antigüedad el Señor dejó este principio en medio de su pueblo, por el cual el pecador debía de confesar sus pecados.
Salmos 32:3-5.
3Mientras callé, se envejecieron mis huesos. En mi gemir todo el día. 4Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; Se volvió mi verdor en sequedades de verano. 5Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado.
El principal perjudicado de la falta de confesión es uno mismo. El diablo toma ventaja en la ocultación de nuestros pecados y lo toma como acusación hacía nuestra vida. Nos acusa de hipocresía y nos roba la fe. Cuando confesamos nos reconfortamos en aquél que nos ama.
Salmos 51:1-4.
1Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. 2Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado. 3Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de mí. 4Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio.
El rey David cuando fue amonestado por el profeta Natán, se dio cuenta de su pecado y se puso delante del Señor a confesarlo, pues su anhelo era poder ser tenido justo delante de Dios.
Pr. Ramón Ubillos