Se comenta que nunca hay que dejar un animal salvaje herido, porque se torna tremendamente peligroso y además vengativo.
Salvando las distancias, ocurre más o menos lo mismo con un ser humano que ha sido ofendido por otro!
Hay ofensas que ni el tiempo logra borrar del todo de nuestro ánimo, de nuestra memoria. Lo digo por experiencia personal.
Sentirse humillado, herido en eso que llamamos el amor propio o la dignidad, es algo que se convierte rápidamente en una poderosa raíz en nuestro interior.
Todavía me recuerdo de algunas ofensas que he recibido y a pesar de los años y de haberme convertido al Señor, todavía quedan restos del daño sufrido.
Por qué duele tanto una ofensa?
Generalmente porque es injusta y consideramos que es inmerecida. Esto equivale a decir que nos ha ofendido quién menos lo esperábamos.
De allí que la sorpresa por el hecho contribuye a alterar la capacidad de razonar y de pensar en lo que ha ocurrido con la suficiente serenidad como para darle la verdadera dimensión que tiene.
Por qué Jesús soportó las ofensas…y nosotros no?
Con total seguridad porque ÉL es el Hijo del Hombre y por tanto es Dios y nos dio un tremendo ejemplo de mansedumbre y humildad.
En cambio yo me debato entre la violenta reacción de la carne humillada y aquello que se nos demandó de que fuéramos mansos y tranquilos.
Pienso y creo que debemos concordar, que la reacción a cada ofensa será una evidencia de cómo es de profunda nuestra relación con el Señor!
Mateo 18:35
ES – Así también mi Padre celestial hará con vosotros
si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.
PT – Assim vos fará também meu Pai celestial,
se do coração não perdoardes, cada um a seu irmão, as suas ofensas.
Diego Acosta / Neide Ferreira