Hay tiempos de nuestra vida en la que pareciera que disfrutamos siendo tercos, que disfrutamos teniendo una actitud en la que nos oponemos a todo y a todos.
Esos tiempos pueden ser más largos o más cortos pero siempre tienen una singularidad, que cuando la analizamos quedamos perplejos porque no sabemos muy bien a qué obedece nuestra terquedad.
En cierta forma en el SEPTIMO MILENIO estamos obrando como obró el pueblo de Israel con Dios, cuando persistió en su obstinada desobediencia y en su reiterada falta de cumplimiento a lo que se le mandaba.
Es curioso apreciar como los hombres en distintos tiempos históricos somos capaces de tener los mismos comportamientos que nos hacen caer en la desobediencia.
Por qué somos tercos? Tal vez porque nos empeñamos en defender cuestiones que sabemos que están erradas, pero nuestro orgullo o nuestra vanidad nos impiden aceptarlo.
En el fondo detrás de toda actitud de terquedad se esconde nuestra exagerada valoración personal, que nos impide ser humildes y por tanto tener actitudes de humildad.
No dejemos que la terquedad domine nuestra vida, porque somos los grandes perjudicados, esencialmente porque nos alejamos de Dios, de su protección y de su sabiduría.
Deuteronomio 10:12
Diego Acosta García