AYUDAR

 

Seguramente casi todos nosotros habremos vivido momentos tan singulares como son los de decidir si damos o no damos una ayuda a una persona que está pidiendo.

Se nos vienen a la mente varias reflexiones. Una es la de dar y es la que nos obliga a actuar, pero inmediatamente aparece la contradicción, cuando pensamos que uso le daría la persona al dinero que le entreguemos.

De esta manera seguimos caminando y aproximándonos hasta el lugar donde se encuentra quién está pidiendo y en la mayoría de los casos como no hemos resuelto el dilema, no le damos nada.

No por repetida esta cuestión tiene su manifiesta importancia. Es evidente que siempre que esté a nuestro alcance debemos dar a quién lo necesite, pues estaremos dando de lo que Dios nos ha concedido.

De donde nos surgen las dudas? Seguramente la respuesta que nos podamos dar no la vamos a encontrar fácilmente, por la sencilla razón que no será de nuestro agrado.

Creemos que la gran cuestión de dar o no dar, surge de nuestra actitud de juicio, porque pensamos que uso le dará la persona al dinero que le entreguemos, en lugar de pensar solamente que la estamos ayudando.

Una vez más la cuestión de juzgar a otra persona, nos debe recordar que con la misma vara con que lo hagamos seremos juzgados. Por esta razón, cuando tengamos oportunidad, ayudemos con alegría.

Salmos 94:17
Diego Acosta García

EL OPORTUNISMO

En cierta ocasión debatíamos acerca de la conveniencia de participar o no en una actividad que había sido propuesta por otra congregación y a la que habíamos sido especialmente invitados.

El debate se originó porque obviamente había dos posturas: Había quienes estaban decididamente de acuerdo en participar y porque había otros que no compartían ese criterio.

Las diferencias se centraban en una mera cuestión de oportunidad. Quienes querían participar no dudaban en hacerlo porque era una manera de dejar planteada la tan ansiada unidad.

El otro grupo esgrimía el argumento que quizás en el futuro próximo podríamos realizar en nuestra iglesia una actividad semejante y  apareceríamos como copiando la iniciativa.

Las posturas parecían cada vez más definidas y a pesar de que se trataba de una reunión de nuestra congregación, los ánimos se estaban agitando en demasía.

Surgió como siempre una reflexión impregnada de Sabiduría: Por qué no participábamos de la actividad que se nos proponía, dejando de lado la mezquina pretensión de ser los innovadores, obrándo como Jesús lo hubiera hecho?

La necesidad de aprovechar las oportunidades como se lo hace en el mundo, está muy lejos de la actitud de compartir y apoyar la obra de otros hermanos. Venció el tiempo de Dios, sobre el oportunismo.

Gálatas 6:10
Diego Acosta García

UN DÍA TRÁS OTRO…

Podríamos decir que uno de los mayores problemas que debemos enfrentar los humanos y los creyentes en especial, es el afán, el que nos domina en determinados momentos y nos hace perder la calma.

Tanto es así que nos sentimos obligados a recordar que por mucho que lo intentemos, el orden natural de las cosas no se altera y que un día sigue a otro, un viernes a un jueves, aunque no nos agrade.

Nuestro afán pretendería que del jueves pasáramos a un lunes aguardando una respuesta que suponemos que es vital para nuestro futuro y nos desgastamos en cavilaciones y también en ensueños.

Por qué nos pasa esto con el afán? La respuesta es bastante sencilla desde la perspectiva espiritual: Simplemente porque nuestra confianza en Dios se difumina según la intensidad de lo que esperamos.

Es tanta nuestra ansiedad que nos olvidamos de una cuestión fundamental: Dios está en el control de todas las cosas, es el Soberano sobre todo lo que ocurre.

Si solamente recordáramos esto, nos evitaríamos horas amargas con nuestro afán, porque sabríamos que todo está bajo la Autoridad del Eterno y que lo que tenga que ocurrir ya está determinado.

Aprendamos de las experiencias que vivimos, que el afán es un enemigo poderoso, al que solamente podremos derrotar si entendemos que Dios siempre nos dará siempre lo mejor, no lo bueno que pretendemos.
Juan 5:19
Diego Acosta García

LA PREDICADORA

Recordamos con amor a la señora mayor que un día irrumpió en un vagón de metro, en medio de la actitud displicente y aburrida de la veintena de pasajeros que viajábamos hacia el centro de la ciudad.

Con un gesto sereno y afable comenzó a distribuir un pequeño folleto en el que constaba un breve mensaje sobre Jesús y la Salvación y la dirección de una Iglesia.

La señora trataba de entregar en mano los folletos pero la mayoría de los pasajeros no aceptaron y entonces ella, ponía en el asiento vacío el pequeño folleto.

Cuando terminó de repartir sus mensajes volvió a donde había comenzado para recoger los folletos, que en muchos casos habían sido arrojados al suelo e incluso habían sido hechos un apretado bollo de papel.

Ella sin perder la sonrisa los fue recogiendo buscando la mirada de las personas para devolverles un gesto amistoso, en medio de la indiferencia exagerada de todos.

Todo esto ocurrió en el tiempo en que el convoy llegó a dos o tres estaciones. De todos los pasajeros solamente otra señora y nosotros tuvimos un gesto cordial con ella.

Lo que nunca olvidaremos fue la elocuencia de su silencio, la firmeza de su actitud y la mirada de calidez y amor que dirigió a cada uno de los pasajeros. Ella sin decir una sola palabra nos había dado el mensaje de Jesús.

1 Corintios 1:17
Diego Acosta García

APRENDAMOS A VALORAR

 

Los hechos cotidianos o aquellos otros  que por su importancia quedan registrados en nuestra memoria, siempre tienen la manifestación de Dios y por esa razón debemos considerarlos.

Los hechos cotidianos son todos aquellos que por su presunta pequeña trascendencia, pasan desapercibidos de nuestra atención y no reparamos en su significado.

Los importantes tienen el efecto de dejarnos complacidos o lo todo lo contrario, pero nos detenemos en lo puramente emocional o sentimental.

Es decir, lo cotidiano o lo singularmente valioso nos hacen perder la perspectiva de la presencia de Dios en cada uno de esos hechos y es en eso en lo que debemos pensar.

Tenemos la promesa de que Dios siempre estará a nuestro lado, que no nos abandonará nunca y sabedores de esa promesa, no reparamos que Su presencia es continua en nuestra vida.

Por eso no sabemos valorar los pequeños episodios cotidianos, donde recibimos la Bendición sobre cosas que nos gustan, que precisamos, que nos causan alegría.

Del mismo modo cuando nos ocurren cosas importantes nos dejamos llevar por el impacto que nos causan y no advertimos que también en ellas está la presencia Soberana del Eterno.

Es necesario que comprendamos que Dios está a nuestro lado en cada momento de nuestra vida y que por esa razón debemos agradecerle todo lo que nos ocurre. Aprendamos a valorar su Presencia.

Salmos 16:11

Diego Acosta García

LA BENDICIÓN

De forma casi natural decimos: que Dios te bendiga… Estas palabras forman parte de una manera de expresarnos y constituyen en la práctica una expresión de deseos.

Estas palabras son además una de las formas de comportarnos que asumimos los creyentes, en nuestro trato con otras personas y también de la forma en que nos dirigimos a ellas.

Pero pensamos realmente lo que estamos diciendo? Responder a esta pregunta exige un ejercicio de gran sinceridad y tal vez nos podríamos sorprender con nuestra reflexión.

Quizás, en la mayoría de los casos nuestra forma de hablar es puramente normal, es decir hemos aprendido a despedirnos de una determinada manera y lo hacemos con espontaneidad.

Pero eso no responde a la pregunta. Es decir: pensamos en lo que estamos diciendo? Y seguramente tendríamos que decir que no…Pero es necesario que reflexionemos sobre esta cuestión.

Cuando expresamos una bendición se desatan en el mundo espiritual, poderosas fuerzas que actúan sobre la persona que la recibe, al margen de nuestra actitud personal.

Por esta razón es necesario que cada vez que le digamos a alguien: Que Dios te bendiga… seamos plenamente conscientes que estamos proclamando sobre su vida la más grandiosa expresión del Poder del Eterno.

La bendición es también un acto de amor hacia el prójimo y mucho más si ese prójimo, no es nuestro amigo sino nuestro enemigo. Hagamos de la bendición un instrumento de amor para derramar gracia sobre los demás.

1 Pedro 3:9
Diego Acosta García

 

 

LA SABIDURÍA

Analizando el significado del pecado y de cuáles son los más comunes, advertimos sorprendidos que una de las formas más sorprendentes de pecar es por la sabiduría.

Pecamos cuando confiamos en nuestra propia sabiduría, asumiendo que somos superiores a otras personas y que estamos en condiciones de producir hechos diferentes a los demás.

En otras palabras: la sabiduría personal nos lleva a creernos que estamos por encima del promedio general y que podemos realizar cosas que les están vedadas a otros hombres.

Entonces, es mala la sabiduría? Absolutamente no, pero según como la utilicemos se puede convertir en una forma de pecar delante de las normas de Dios.

Esa forma de pecar se origina en que la sabiduría nos lleva a la soberbia, a la vanidad porque somos conscientes de nuestra capacidad y de nuestra superioridad intelectual.

Ocurre que nos olvidamos de algo fundamental: Quién nos ha dado esa sabiduría? Si pensáramos en esto, no pecaremos de soberbia y en cambio seremos humildes al administrar el talento que nos fue dado.

La sabiduría es una herramienta poderosa que si la aplicamos a las cosas de Dios, puede servir para grandes obras. Pero si la aplicamos a las cosas vanas de los hombres, puede provocar nuestra destrucción.

Job 28:28
Diego Acosta García

AGRADECER

Cuando recibimos noticias que nos agradan generalmente nos olvidamos de reconocer quién es el origen de ese motivo de alegría y nos limitamos a celebrar.

Nos olvidamos que siempre está con nosotros el autor de las buenas nuevas, de aquellas respuestas que se originaron en peticiones que elevamos en forma de oración.

Por eso debemos agradecer a Dios porque su Soberana Voluntad se ha vertido en forma de Gracia sobre nuestras vidas y esas bendiciones nos han alcanzado maravillosamente.

Y por qué nos olvidamos? Tal vez porque así como en los momentos difíciles podemos culpar a Dios por lo que nos ocurre, también en los momentos de alegría nos olvidamos del Eterno.

El motivo de este olvido es porque en los momentos de alegría, nos creemos los suficientemente importantes como para atribuirnos los logros que celebramos.

Nos creemos también merecedores de lo que nos ocurre, al punto de pensar que hemos sido nosotros quienes hemos provocado con nuestro esfuerzo que un día determinado tengamos algo importante por el que alegrarnos.

En la hora de la dificultad o en la hora de la alegría, oremos siempre con agradecimiento a Dios, porque Él está con nosotros siempre, tanto en lo que nos duele como en lo que nos alegra. Él es un Padre amoroso.

Salmos 145:4
Diego Acosta García

LA RESPUESTA

Pocas cosas hay más difíciles para los seres humanos y para los creyentes en particular, que esperar una respuesta a algo que hemos puesto delante de Dios.

La experiencia personal indica que cuando más nos afanemos en imaginar situaciones o buscando soluciones, más nos angustiaremos, corriendo el riesgo de cometer errores si decidimos obrar por nuestra cuenta.

Los grandes hombres de la Biblia, también debieron esperar que Dios les mostrara sus decisiones y en cada una de las situaciones los finales fueron tan distintos como distinta fue la capacidad de esperar.

En los tiempos en que vivimos se ha instalado la cultura del “ahora mismo”, “inmediatamente” o “en este mismo momento”. Todo debe ser rápido porque los hombres tal vez estamos pecando de omnipotentes.

Nos creemos tan superiores que somos incapaces de de tener la paciencia suficiente como para dejar que todos los procesos lleguen a su final, en el momento correcto.

Y en esta carrera desenfrenada por hacer todo rápido y de inmediato, vamos dejando pedazos de nuestras propias vidas, en forma de nervios, tensiones, angustias, que tratamos de resolver poniéndonos una farmacia encima.

Si nuestra decisión fue poner una determinada cuestión para que Dios confirme su Voluntad sobre ella, es porque confiamos que el Eterno cumplirá. Y si confiamos, por qué nos afanamos?

Proverbios 15:23
Diego Acosta García

DE LO QUE TENGO…

Recordamos un Culto donde en el momento de pasar la ofrenda, la mayoría de los asistentes sabíamos que prácticamente nadie tendría para nada para colocar en el alfolí.

Esto creó un clima tan especial, que el ambiente de desánimo se podía palpar. En ese momento el Espíritu nos tocó y cambiamos el mensaje que teníamos para ese día.

Y hablamos de la ofrenda y del significado espiritual que tenía. Aceptamos que la mayoría de los asistentes al culto no teníamos dinero para dar de ofrenda, por las especiales circunstancias del ministerio.

Pero en cambio sí teníamos otras cosas más importantes que el dinero para dar, porque el Señor es el Proveedor y por tanto no precisa de nuestros recursos para hacer su obra.

Precisa en cambio, que en la hora de la ofrenda, demos lo mejor de nosotros: nuestro amor por el prójimo, nuestra misericordia por el necesitado, nuestra solidaridad con el que sufre.

El Espíritu obró poderosamente en el Culto y la sensación de desánimo se transformó en atención y la atención en convicción, para saber que todos teníamos muchas cosas para dar de más valor que unas monedas.

Recordamos cuando Pedro dijo al cojo: no tengo nada, pero de lo que tengo te doy. Esa debe ser nuestra actitud frente a las necesidades del prójimo, dar lo mejor que tenemos, que casi nunca es dinero.

Hechos 3:8

Diego Acosta García