CONGREGACIÓN
SÉPTIMO MILENIO
Con singular atrevimiento los hombres planteamos situaciones que están totalmente fuera de la lógica y la comprensión.
Una de ellas, es cuando reclamamos de Dios respuestas a nuestras preguntas, exigiendo más que pidiendo, tenerlas en el más perentorio plazo posible.
Esta actitud revela que no hemos comprendido ni la Majestad del Eterno ni nuestra verdadera dimensión como seres humanos.
El Omnipotente es la más alta expresión de todo lo que nos podamos imaginar, pero aún es mayor que nuestra más exuberante capacidad de proyectarlo.
Nada de lo que podamos pensar se puede asemejar a lo verdaderamente ES, tanto que ÉL mismo se definió como YO SOY EL QUE SOY.
Siendo esto así, como es que desde nuestra pequeñez tenemos el atrevimiento de exigirle respuestas?
Es evidente que no estamos en condiciones de exigir nada y mucho menos de plantearle la necesidad de que lo haga en los plazos que nos resultan ideales.
Esta posición es demostrativa de como los hombres nos comportamos con una soberbia rayana en lo tontería extrema, al dirigirnos a nuestro Creador.
Podemos exigir a Quién nos ha dado la Vida?
No es esta una tremenda falta de temor y temblor ante su Grandeza infinita?
Siendo como es Eterno, como es que le podemos plantear plazos temporales?
Lo tremendo de todas estas cuestiones es que en el fondo lo único que estamos poniendo en evidencia, es la total ignorancia que tenemos de la Divinidad y lo que es peor, que hacemos ostentación de ello.
No es Dios quién debe aceptar nuestros reclamos, sino nosotros acercarnos a ÉL con humildad y mansedumbre como nos enseñó Jesús, para clamarle para que derrame su sobre nosotros.
Las respuestas que el Eterno nos tenga que dar llegarán en el tiempo perfecto, ni antes ni después. Por la sencilla razón que si llegaran antes de que tengamos la capacidad para asimilarlas, nos harían daño.
Y si llegaran después, sería algo imposible de imaginar, porque es el propio Dios el Creador del concepto de tiempo que nos ha sido dado como una Gracia a los humanos.
Aprendamos la lección y seamos hombres y mujeres que obramos con temor y temblor ante el Supremo.
Diego Acosta
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