HACEDORES
CONGREGACIÓN
SÉPTIMO MILENIO
MENSAJE
Pablo nos enseñó que debemos actuar como creyentes haciendo obras que demuestren nuestra fe.
Esta cuestión esencial es la que pone en evidencia que realmente somos hombres y mujeres nuevos, nacidos tras el bautismo, en el que demostramos públicamente nuestra aceptación del Señor como nuestro Salvador.
Con estos sencillos argumentos debemos mostrarnos al mundo como ejemplos vivientes de la transformación que ha cambiado nuestras vidas, en cosas tan evidentes como nuestro comportamiento, nuestra actitud, nuestra vocación de servir al prójimo.
Frente a estos planteamientos podemos analizar otra clase de situaciones, principalmente las que se verifican en muchas congregaciones. Según Pablo somos hacedores de obras que muestran nuestra fe.
Pero esa forma de obrar, se transforma en un vértigo de actividades que convierten a las iglesias en auténticos ámbitos donde pareciera que quienes no participen o lo hagan con menos intensidad, son menos creyentes o tienen una fe no tan grande.
Es esto correcto?
De ninguna manera. Pablo no nos demandó ser hacedores frenéticos, nos habló de que debemos de hacer obras, pero no convertirnos en máquinas que están siempre en movimiento.
Podría entenderse esto como una crítica, pero nada es más alejado de la intencionalidad con que ha sido formulada la idea. El propósito es llamar la atención sobre este frenesí de hacer cosas, todos los días a ser posible.
Las congregaciones tienden a mostrar su nivel de actividades como una medida de la fe que las mueve, pero esta afirmación es muy discutible, si la interpretamos con otra forma de entender la vida de creyentes.
Servir al prójimo, SÍ. Servirnos del prójimo, NO. Pero esto es diferente de caer en el frenesí de ocupar todos los días con actividades, que tal vez lo que demuestran en la voluntad de exhibirse como hacedores.
Y tal vez lo más importante: Qué tiempo le dedicamos a nuestra relación como congregación con el Señor?
Las actividades son buenas y necesarias, pero es fundamental que se vean respaldadas por tiempos preciosos de oración y comunión con el Eterno, porque entonces sí verdaderamente podemos crecer como hacedores de la fe.
Reflexionar sobre esto, puede parecer frustrante, porque significaría que estamos abandonando las actividades que nos tienen ocupados constantemente, pero el frenesí no es sinónimo de relación con el Señor.
Diego Acosta / Neide Ferreira