PONERSE DE ACUERDO

PONERSE DE ACUERDO

El Hijo del Hombre sigue enseñando y profundizando en la necesidad de cambios de actitud con relación a otras personas.

MATEO 5:25  Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel.

El concepto de reconciliación es ampliado y queda planteado como una necesidad perentoria, de allí la palabra pronto que puede indicarnos que debe ser rápida, sin pérdida de tiempo.

El fondo de la cuestión es que siendo tan importante la reconciliación, en tanto que estamos próximos con nuestro adversario, siempre será mejor convertirnos en la parte que ha sido ofendida a mantener una disputa que deshonre los principios que Jesús ha establecido.

Entendiendo que adversario es el oponente en un proceso legal, si además la disputa es entre hermanos de la fe, la cuestión es doblemente importante.

De allí la explicación del Hijo Unigénito, acerca de como serán las consecuencias si no se busca una reconciliación inmediata, que podría derivar en el ingreso en prisión ordenado por un juez.

Para ampliar estos conceptos, recordamos el texto de la Carta a los Hebreos, capitulo 12, versículo 17: Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas.

El autor se refería a Esaú y su arrepentimiento por haber vendido su primogenitura, por un plato de lentejas. En definitiva todo lo que hacemos tiene su importancia en la vida espiritual.

Diego Acosta

VIVIR CON INJUSTICIAS

CONGREGACIÓN

SÉPTIMO MILENIO

Pero José les respondió: No temáis, pues ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener con vida a mucha gente. Génesis 50.19–20

Podemos convivir con muchas dificultades y sacrificios, pero cuando percibimos que hemos sido tratados con injusticia nos sentimos traicionados en lo más profundo de nuestro ser, especialmente cuando viene de aquellos que más amamos. La agonía de esta insoportable carga la capta el salmista: «No me afrentó un enemigo, lo cual yo habría soportado, ni se alzó contra mí el que me aborrecía, pues me habría ocultado de él; sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, ¡mi guía, y mi familiar!, que juntos comunicábamos dulcemente los secretos y andábamos en amistad en la casa de Dios» (55.12–14).
El cristiano maduro deberá aprender a manejar correctamente las injusticias para evitar un proceso que le quitará el gozo y la paz y, eventualmente, pondrá fin a la efectividad de su ministerio. Nada ilustra esto con tanta fuerza como la vida de los hermanos de José. A pesar de que habían pasado 44 años desde aquella terrible decisión de vender a José como esclavo, seguían atormentados por lo que habían hecho, presos del miedo a la venganza. Piense en eso. ¡La mitad de la vida atormentados por algo que habían hecho casi 50 años antes!
No sabemos en qué momento José resolvió las devastadoras consecuencias de ser vendido por sus hermanos, pero el texto de hoy nos da pistas acerca de dos cosas que habían ayudado a José a superar la crisis. En primer lugar, José entendía que él no estaba en el lugar de Dios, y que juzgar a sus hermanos era algo que no le correspondía. Nuestros juicios siempre van a estar empañados por nuestra limitada visión humana. Solamente Dios juzga conforme a la verdad. Por esta razón, no le es dado a los hombres el emitir juicio contra otros. Aun Jesucristo se abstuvo de emitir juicio, diciéndole a los judíos: «Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie» (Jn 8.15).
En segundo lugar, José tenía una convicción profunda de que Dios estaba detrás de lo que le había pasado. Esto es algo fundamental para el hijo de Dios. Con demasiada frecuencia nuestra primera reacción en situaciones de injusticia es cuestionar la bondad de Dios, preguntando por qué Él ha permitido lo acontecido. Pasaron años antes de que José comenzara a ver el «bien» que el Señor tenía en mente cuando permitió que la tragedia tocara tan de cerca su vida. Mas la convicción de que Dios puede convertir aún las peores maldades en bendición siempre existió, y esto guardó su corazón de la amargura y el rencor.

Pr. José Gilabert – España

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