VIVIR CON INJUSTICIAS

CONGREGACIÓN

SÉPTIMO MILENIO

Pero José les respondió: No temáis, pues ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener con vida a mucha gente. Génesis 50.19–20

Podemos convivir con muchas dificultades y sacrificios, pero cuando percibimos que hemos sido tratados con injusticia nos sentimos traicionados en lo más profundo de nuestro ser, especialmente cuando viene de aquellos que más amamos. La agonía de esta insoportable carga la capta el salmista: «No me afrentó un enemigo, lo cual yo habría soportado, ni se alzó contra mí el que me aborrecía, pues me habría ocultado de él; sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, ¡mi guía, y mi familiar!, que juntos comunicábamos dulcemente los secretos y andábamos en amistad en la casa de Dios» (55.12–14).
El cristiano maduro deberá aprender a manejar correctamente las injusticias para evitar un proceso que le quitará el gozo y la paz y, eventualmente, pondrá fin a la efectividad de su ministerio. Nada ilustra esto con tanta fuerza como la vida de los hermanos de José. A pesar de que habían pasado 44 años desde aquella terrible decisión de vender a José como esclavo, seguían atormentados por lo que habían hecho, presos del miedo a la venganza. Piense en eso. ¡La mitad de la vida atormentados por algo que habían hecho casi 50 años antes!
No sabemos en qué momento José resolvió las devastadoras consecuencias de ser vendido por sus hermanos, pero el texto de hoy nos da pistas acerca de dos cosas que habían ayudado a José a superar la crisis. En primer lugar, José entendía que él no estaba en el lugar de Dios, y que juzgar a sus hermanos era algo que no le correspondía. Nuestros juicios siempre van a estar empañados por nuestra limitada visión humana. Solamente Dios juzga conforme a la verdad. Por esta razón, no le es dado a los hombres el emitir juicio contra otros. Aun Jesucristo se abstuvo de emitir juicio, diciéndole a los judíos: «Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie» (Jn 8.15).
En segundo lugar, José tenía una convicción profunda de que Dios estaba detrás de lo que le había pasado. Esto es algo fundamental para el hijo de Dios. Con demasiada frecuencia nuestra primera reacción en situaciones de injusticia es cuestionar la bondad de Dios, preguntando por qué Él ha permitido lo acontecido. Pasaron años antes de que José comenzara a ver el «bien» que el Señor tenía en mente cuando permitió que la tragedia tocara tan de cerca su vida. Mas la convicción de que Dios puede convertir aún las peores maldades en bendición siempre existió, y esto guardó su corazón de la amargura y el rencor.

Pr. José Gilabert – España

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BELÉN Y LA BUROCRACIA ROMANA

LA OTRA HISTORIA

Los especialistas ponen en duda algunas de las teorías existentes con relación al censo que fue decretado en Palestina, en los tiempos del nacimiento de Jesús.

Las discrepancias surgen como consecuencia de los errores del calendario que se utilizaba, que era el de Dionisio Exiguo, confeccionado en el II siglo después del nacimiento del Mesías.

También existen controversias para determinar cuál fue el censo que debieron cumplir José y María. Hubo censos que afectaron a todos los ciudadanos del imperio y hubo otros provinciales, como pudo ser el de Palestina.

Ellos debieron viajar desde Nazaret en la Galilea, hasta Belén. Este traslado también ofrece dudas porque el avanzado estado de gravidez de María, no lo habría hecho aconsejable.

Estas disputas entre historiadores antiguos y modernos, no impiden que la realidad sea que efectivamente el Hijo del Hombre naciera en Belén.

Los censos convocados por los romanos tenían un doble propósito: El más obvio de todos, conocer el número de habitantes pero también se buscaba conocer el nivel de riqueza de los pobladores.

Estos conocimientos eran importantes para la aplicación de los impuestos que debían abonar quienes vivían bajo el mandato imperial romano.

Lo cierto es que por el imperativo de la burocracia romana, tanto José como María, viajaron hasta Belén, para que se cumpliera la profecía de Miqueas, formulada alrededor de 800 años antes del nacimiento de Jesús y expuesta por Mateo en el segundo capítulo de su Evangelio, versículo 6:

Y tú, Belén, de la tierra de Judá,
No eres la más pequeña entre los príncipes de Judá;
Porque de ti saldrá un guiador,
Que apacentará a mi pueblo Israel.

Diego Acosta

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