Cuando nos aprestamos a leer la Palabra de Dios, debemos prepararnos, profundamente para un gran momento de nuestra vida.
No es solo prepararnos para una lectura sino también para adentrarnos en las revelaciones que el Espíritu pueda darnos.
Pero, debemos apreciar que son dos situaciones distintas. Una cosa es leer, con detenimiento, sin prisas. La otra es dejar pasar nuestra vista sobre Capítulos y versículos, buscando lograr de leer el máximo posible de páginas.
Como es comprensible, el Espíritu difícilmente podrá enseñarnos lo que tiene para nosotros, si solo pasamos nuestra vista, con rapidez sobre las páginas como si estuviéramos compitiendo contra nosotros mismos.
Cuando leemos debemos elegir el mejor momento del día, aquel en el que estaremos más tranquilos, más serenos, para no tener ninguna clase de prisa ni caer en la tentación de hacerlo rápido para acortar los tiempos.
Estas cuestiones fueron momento, una gran revelación para mí, pues un día el Espíritu me mostró mi gran torpeza, mi auténtica necedad a la hora de leer el Texto Sagrado.
Un buen ejemplo de lo que estamos comentando, es el momento en el que Jesús habla de la semilla de mostaza y de lo pequeña que es.
Creo que todos nos quedamos en la primera parte del versículo, al que damos por sabido y por entendido, sin detenernos ni un solo instante en lo que podríamos llamar la segunda parte de lo que dijo el Hijo del Hombre.
Hablando de la calidad de nuestra fe la comparó con una semilla de mostaza y mencionó que podríamos cambiar a un monte de lugar.
Y pareciera que ese es el fin de la historia. Pero Jesús formuló una promesa: Si nuestra fe fuera mayor, podríamos hacer cosas mayores que esa.
Sería bueno que leyéramos el pasaje, en el Evangelio de Mateo, para comprender acabadamente la necesidad que tenemos de profundizar en el Texto y permitir que el Espíritu nos hable.
Con el paso de los años, he podido valorar la importancia de esta enseñanza. Cuando le dediquemos el mejor tiempo a la lectura de la Biblia, entonces nuestra vida comenzará a cambiar.
Mientras tanto caminaremos como si no tuviéramos una brújula y estaremos perdidos y sin rumbo.
Diego Acosta
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