CONGREGACIÓN
SÉPTIMO MILENIO
Una admirada maestra nos sorprendió con un argumento que nunca nos habíamos imaginado.
Ella dijo que en muchas ocasiones lo mejor que podríamos hacer es leer la Biblia, pero en primera persona.
Con su humilde sabiduría nos guió en torno a esta nueva visión y desde entonces es algo que hago con suma frecuencia.
Leyendo como hacemos siempre, determinadas situaciones y las amonestaciones que ellas provocaban, me producían la errónea sensación que se trataba de otras personas, entre las que naturalmente no me incluía.
Si la Biblia hacía referencia a un caso de falta de humildad, yo pensaba que no era mi situación y seguía leyendo tratando de entender lo que doctrinalmente se enseñaba.
Pero cambiando el tiempo de verbo y leyendo en primera persona, no solo se modifica la forma de leer sino que también se modifica la forma de entender.
Percibimos que no estamos hablando de los problemas de las actitudes de Elí con sus hijos, por poner un ejemplo, sino que estamos recibiendo instrucción acerca de nuestros hijos.
Ya no hay terceras personas sino que directamente somos nosotros, en lo individual, que debemos afrontar tanto las lecciones como las consecuencias que de ellas se derivan.
Confieso que este ejercicio me resultó apasionante y a la vez muchas veces me deja en evidencia frente a cosas que digo y que hago que están profundamente erradas.
Tal vez uno de los ejemplos más sorprendentes de esta enseñanza, sea leer y volver a leer los pasajes en los que Jesús llamó hipócritas a sus discípulos.
Si cambiamos el tiempo de verbo y lo ponemos en la primera persona del singular, advertiremos que la cuestión tiene un contenido tan personal, que debo aceptar que efectivamente… soy hipócrita.
También lo eran los discípulos pero también lo soy yo y la amonestación del Dios hecho hombre, no solamente estaba dirigida a ellos sino también a mí, que me considero o busco ser otro discípulo.
Indudablemente estamos frente a una cuestión que debe ser analizada profundamente y sobre todo, examinada a partir de nuestra propia conciencia.
Hablando con el Eterno, decirle que asumo mi condición de hombre imperfecto y que por tanto asumo también las amonestaciones que me harán crecer.
Diego Acosta
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