LA CALMA…
Puede que cada uno de nosotros esté en condiciones de recordar aquellos momentos tormentosos, en los que súbitamente se produjo la calma.
Antes de ser creyente, pensaba que esos momentos eran fruto de mi capacidad, de mi habilidad para manejar situaciones complicadas.
Más aún: casi me había convencido que era un notable estratega resolviendo problemas y como resultado de ello, los tiempos difíciles pasaban rápidamente y sobrevenía el sosiego.
Vana es la condición humana al creer que puede ser capaz de semejantes obras, sin contar con otra cosa que la propia determinación.
Pero que ocurre verdaderamente con los tiempos tormentosos?
No son acaso el resultado de nuestras obras?
Si sembramos tempestades, vientos huracanados, que esperamos que ocurra?
Que lleguen suaves brisas que apenas agiten las copas de los árboles?
O la recia fuerza que incluso es capaz de abatir hasta los más majestuosos bosques?
Mucho nos engañamos cuando creemos que somos nosotros los capaces de controlar las grandes tormentas de nuestra vida.
Mucho me he engañado con esta cuestión!
Arrebato insensato: No preciso de nadie ni que persona alguna extienda su mano generosa para ayudarme!
Hasta que un día comprendí como es la realidad. Amarga comprobación para la vanidad y gloriosa revelación para el espíritu!
Solamente el Eterno puede ayudarnos por su Misericordia a superar las más violentas tempestades. Solamente Él puede apaciguar las fuerzas desatadas.
Por eso inclino humildemente mi corazón hasta su Majestad y pido perdón por la torpeza de mi soberbia.
Qué puedo hacer yo, si solamente soy un hombre?
Salmo 107:29
Cambia la tempestad en sosiego,
Y se apaciguan sus ondas.
Diego Acosta / Neide Ferreira