EL QUE HABLA

EL ABUELO SALOMÓN

Genéricamente hay dos clases de personas: las que son calladas y las que hablan mucho. Unas y otras tienen argumentos para defender su forma de ser.

Sin embargo las que hablan mucho tienen más atractivo para quienes las rodean, porque son más sociables, divertidas y por qué no encantadoras.

La cuestión de hablar mucho está relacionada con el conocimiento que cada persona tiene con relación a loque hace público. Es decir: Hablamos con fundamentos o sin ellos.

De allí las advertencias para que seamos juiciosos con el uso de la palabra, porque bien puede ocurrir que sean precisamente nuestros dichos los que revelen nuestra verdadera naturaleza.

Hablamos por hablar, por no estar callados o porque somos tan sabios que podemos hablar sobre todos los temas sin temor a equivocarnos?

Tal vez esto nos haga recordar la frase de la sabiduría popular que resume el tema: Quién habla mucho, se equivoca mucho y el que habla poco, yerra poco.

Diego Acosta

EL DOMINIO DE LA IRA

EL ABUELO SALOMÓN

Tenía un amigo que constantemente demostraba su falta de control y era un iracundo declarado. Era muy difícil estar un tiempo con él y solo por el afecto era tolerable.

Muchas veces pensé: por qué tenia tanta ira en su interior?

Y la respuesta era, aparentemente,  muy sencilla: Porque no tenía paz prácticamente desde que nació, debido entre otras cosas a las continuas disputas de sus padres.

También porque las personas nos vamos acomodando a una forma de ser, que muchas veces no es auténtica, pero que sin embargo la aceptamos.

Con esto quiero decir que ser iracundo no es una decisión afortunada y que se puede cambiar, a fuerza de desearlo y de entender que no lo lograremos con nuestra humana capacidad.

Es importante reflexionar sobre la cuestión de la ira y no dejar que nos termine dominando y que se convierta en la guía de nuestra vida.

Diego Acosta

 

 

 

LA VERDADERA SABIDURÍA

EL ABUELO SALOMÓN

Entristece pensar cuántos hombres se perdieron por haber sido necios y no haber buscado la sabiduría, cuando debieron tomar decisiones importantes.

Los que obran como necios se pierden en sus propios laberintos porque la capacidad humana para pensar es muy limitada y solo la verdadera sabiduría es la que nos libra del mal, aunque a veces pensemos lo contrario.

De allí la importancia de no creernos sabios por nuestra propia sabiduría, sino entender que debemos buscar, anhelar encontrar ese nivel superior de razonar, que se aleja de los sentimientos o las emociones de los hombres.

Cuando nos dejamos llevar por la ofuscación de la mente o la ira del corazón, es el momento de comenzar a cometer errores que muchas veces son irreparables.

De allí que se nos enseñe que la sabiduría verdadera nos guardará y si la deseamos fervientemente nos conservará. Nunca lo olvidemos para que no nos creamos sabios por nuestra propia sabiduría.

Diego Acosta

 

LOS PROPIOS CONSEJOS

EL ABUELO SALOMÓN

Recuerdo con especial cariño las cosas que me decía mi padre en mis años más jóvenes, porque encerraban la riqueza que pensaba eran unas simples ideas de una persona mayor.

Uno de los argumentos que repetía, era algo que me causaba un especial rechazo: Yo no entiendo para que te empeñas en atravesar las paredes, si pasando por la puerta en mucho más fácil y menos doloroso.

La razón de mi rechazo era que por aquellos tiempos, me dolía muchísimo la cabeza, a causa de pretender atravesar las paredes, en lugar de seguir el sencillo consejo paterno.

Con los años comprendí cuántos pesares me hubiera evitado si hubiera sido menos soberbio y hubiera prestado oídos a mi padre, que con su amor trataba de evitarme los dolores que el mismo sufrió.

Cuando se es joven se pierde la noción de la sabiduría y creemos que esa virtud es de nuestro patrimonio exclusivo. Solo que aprendemos bastante más tarde y en la dura y dolorosa escuela de la frustración, que estábamos equivocados

Diego Acosta

HACER EL BIEN

EL ABUELO SALOMÓN

Que consejo más sabio se puede dar a ningún ser humano, que el de que haga el bien todas las veces que esté en su mano hacerlo?

Por las vivencias personales o por haber oído de los mayores o por haber estudiado la vida de los hombres se desarrolla en medio de una constante lucha entre el bien y el mal.

De allí la importancia que tiene obrar con el mejor de los propósitos porque caso contrario, estaríamos sirviendo a quién solo tiene por fin la destrucción de las vidas comenzando por afectar sus conciencias.

De esta manera se nos encamina a tener el corazón dispuesto a dar al que nos pide, sin pensar en que utilizará lo que pongamos en sus manos, porque esa será su responsabilidad.

Y si fuera necesario le demos también aquello que nos es imprescindible, pensando que un día nos será devuelto.  Obrando de esta manera estaremos ayudando al Prójimo.

Que un día podríamos ser…nosotros mismos!

Diego Acosta

LA DISCRECIÓN

EL ABUELO SALOMÓN

Hay personas que obran con grandes gestos, muchas veces exagerados, porque piensan que es la mejor forma de distinguirse del resto de la sociedad.

Hay otras en cambio que son discretas, que obran de la manera opuesta porque consideran que es una manera inteligente de comportarse.

Al final la discreción no es otra cosa que la prudencia puesta como norma de comportamiento en todo momento y lugar, para tener juicios oportunos y no arrebatados.

Es decir: para no hablar de más y equivocarse menos!

En mi juventud pude haber sido alocado y poco dado a la reflexión, pero siempre tuve en cuenta lo que escuché de mi padre, que me pedía que fuera diligente en el uso de la inteligencia.

Ahora con los años comprendo, que la inteligencia me preservará y me ayudará a ser discreto, que es sinónimo de confiable, de ser reservado y por tanto previsible para todos.

Que los exagerados no nos encandilen y nos hagan cometer el error de perder la discreción!

Diego Acosta

 

LA DISCIPLINA

EL ABUELO SALOMÓN

Los hijos siempre se quejan y a veces amargamente, cuando sus padres los reprenden. Seguramente no saben, que esa es una de las mejores demostraciones de amor que puedan recibir.

Los humanos concebimos el amor de los padres, con gestos de cariño, con regalos, con actitudes obsequiosas. Pero nos equivocamos totalmente pensando así.

Yo he reprendido a mis hijos porque los amo!

Si no fuera así, simplemente me hubiera desentendido de cualquier situación en las que debería haber actuado, para hacerles comprender sus errores.

El padre y la madre, son los que más sufren cuando deben disciplinar a sus hijos, porque por naturaleza, no deberíamos hacerlo. De allí la importancia que tiene la firmeza.

No me arrepiento de la disciplina que apliqué a mis hijos y espero qué en su madurez, siendo ellos son padres, tengan la misma visión de lo que significa el amor hacia ellos.

El padre que reprende con amor, evita que sus hijos sean corregidos con rigor, por cualquier persona del mundo.

Diego Acosta